En busca del Misterio

En busca del Misterio

No hace mucho tiempo, en Europa se hablaba de una crisis de las religiones, que tenía muy preocupados a todos los estamentos religiosos. Con la progresiva secularización de la sociedad occidental parecía que los símbolos religiosos y, sobre todo sus instituciones, perderían todo prestigio social y que la cuestión religiosa desaparecería de la vida social, quedando reducida al ámbito privado e íntimo.

Pero últimamente, y coincidiendo con el proceso de globalización y los diferentes movimientos migratorios, en todas partes se ha despertado un deseo de religiosidad que afecta a muchas personas y a distintos ámbitos. Hoy está de moda la espiritualidad, la búsqueda de un cierto sentido religioso en la vida. Como diría Albert Einstein: “la verdadera religiosidad es la captación de lo impenetrable, es reconocer las manifestaciones de la razón más profunda y de la belleza más exultante”.

Tal es la necesidad de algo espiritual, que en nuestro mundo se vive una especie de religiosidad laica, como un intento de vivir una espiritualidad sin Dios. Las grandes religiones deberán plantearse si sabrán dar respuesta a las necesidades de la gente ante una búsqueda del Misterio por otras vías y caminos.

Lo que está claro es que, si no tenemos vías de acceso al misterio de Dios, la gente va perdida, sin saber dónde puede encontrarlo. Hay mucha mezcla y confusión. La mayoría se consuela encontrando una paz interior, y no quieren pasar de ahí. Si no existen vías de encontrar a Dios, se crean vías sustitutivas de encontrarnos con nosotros mismos, de búsqueda de energías que nos ayuden a vivir positivamente.

Raimon Ribera dice que podemos entender la espiritualidad como “la capacidad del ser humano de observar el mundo y de observarnos a nosotros mismos desde el silencio y la distancia, desde el aquietamiento de nuestras pulsiones, desde una perspectiva global y comprensiva, procurando no conformar la realidad mediante la proyección de nuestros prejuicios y visiones egocéntricas y apriorísticas”.

Todo esto demanda una sociedad donde todos aprendamos a ser contemplativos, es decir, a templar nuestra vida desde la realidad última, llamémosla como la queramos llamar, que se expresa de mil formas. A vivir largos tiempos de soledad y silencio para entrar en el interior de uno mismo, serenarse y sosegarse, y, desde este silencio reparador, contemplar el cosmos y toda la creación.

Necesitamos sentir que no estamos solos en la aventura de existir. Que nuestro pozo interior no está lleno de banalidades y cosas superfluas, sino de una realidad que nos sobrepasa, que no sabemos cómo describir, pero que nos trasciende y nos hace vivir de una manera nueva y diferente la vida de cada día. Este pozo interior se convierte para nosotros en un misterio, en el que, si mínimamente llegamos a zambullirnos, sentiremos cómo se renueva todo nuestro ser y entendemos mejor el sentido de la existencia y de vivir cotidiano.

Nuestra conciencia es a la vez como un microscopio y un telescopio, que nos permite el diálogo con nosotros mismos y con todo lo que nos rodea. Usamos con frecuencia el telescopio para mirar y comprender la realidad, pero usamos poco del microscopio que nos permite un diálogo con nosotros mismos, para conocernos y ser más conscientes. Nos permite tener mayor ciencia de quiénes somos y de cómo somos, de cómo es la compañía más continuada y próxima que soy yo mismo.

Nuestra conciencia es a la vez como un microscopio y un telescopio

Esta contemplación interna y externa nos permite darnos cuenta de que no somos fruto del azar ni de la casualidad, sino del Amor, y a la vez posibilita la aceptación plena de uno mismo y nos permite ver cuáles son aquellos dones que debo desarrollar para mejorar y crecer como persona. Esta actitud contemplativa nos sitúa en la mejor perspectiva –la humildad y el agradecimiento– para abrirnos al Misterio de un Dios que pareciendo muy lejano, es gozosamente muy cercano e íntimo.

Jordi CUSSÓ
Sacerdote y economista
Barcelona, septiembre 2023

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