Mirar y no ver

Mirar y no ver

Es posible que sólo con el título sea fácil adivinar de qué trata este relato. Intentaremos pues ir un poco más allá de lo que es obvio, y es que muchas veces miramos sin ver.

«Las personas queremos ser miradas, tener testigos,
pero no queremos ser juzgadas.»
Fotografía: mentrea en Pixabay

Es sabido que para ver mejor hay que tener los ojos bien abiertos, que no siempre los tenemos. Pero, ¿es posible que no haya que ver tanto? Podría pasar que en el querer ver “mejor”, nos exigimos un control que acaba haciéndonos disfrutar menos de la simplicidad y a menudo también mantenemos una lucha interior para ser listos, para que no nos den gato por liebre, porque desconfiamos de los demás.

¿Qué pasa si simplemente me gusta más mirar y sonreír? Sería esta una mirada risueña, acogedora, que no juzga.

A veces es más sabio optar por confiar. El camino sencillo que no contempla todas las variables, sino que queda abierto, flexible, sin ‘miramientos’. Entonces, quizás podremos disfrutar de mirar, sin más. Como cuando miramos una puesta o una salida de sol. Sólo estamos. Entra por los ojos la belleza, la luz, los colores, sin análisis, reflexión, opinión.

Mirar no es necesariamente ver, ni observar. ¿Cuántas veces nos han mirado y no nos han visto, cuántas veces no hemos visto nosotros lo que a pesar de ser evidente estaba delante nuestro? Forma parte del límite, no tenemos todos los datos, no lo entendemos todo, ni lo sabemos todo. De hecho, debemos mirar para aprender.

Los niños piden que los padres los miren, que la mirada de los mayores los tenga en cuenta. “¡Mira qué hago!” grita el nieto al abuelo desde un columpio, o cuando hace una mueca nueva. Mirarlos no tiene ningún análisis asociado, es un acto de amor, de ternura, de presencia. “¡Te estoy mirando!”, decimos para advertir nuestra presencia.

Y cuando nadie nos mira, cuando pasamos desapercibidos, muchas veces nos sabe mal, nos entristece, es como si no contáramos. Las personas queremos ser miradas, tener testigos, pero no queremos ser juzgadas. La mirada, sin más análisis, es una presencia, es testigo. Entonces, al cabo del tiempo, sabemos que otros estaban y nosotros estábamos para ellos. Y podemos hacer recuento, sin demasiada opinión, sólo constatando: yo estaba, ¿estábamos, recuerdas? De hecho, la mirada es una fuente informativa de primera, muy intuitiva, básica: me gusta, no me gusta. Puede ser sólo descriptiva, aunque como todos somos diferentes, miramos diferente. Si estamos aprendiendo, miramos por primera vez algo y lo hacemos con mucha atención, si el maestro nos pregunta, tenemos que saber responder. Si miramos por segunda o tercera vez, es diferente, complementa, confirma que lo que había mirado, es de una forma o no.

A veces, sólo mirar es suficiente, positivamente suficiente para hacer compañerismo. Mirarnos durante un rato con un amigo es formidable, las palabras estorban. La pose, la autenticidad se hace presente y somos.

Rescatemos pues la mirada como forma de ser, como presencia que, aunque somos limitados y tenemos maneras de mirar sesgadas, nos posibilita acercarnos, aprender, ir un poco más allá, abrirnos, confiar, aceptar que lo que estoy mirando, está fuera de mí y lo respeto.

Elisabet JUANOLA SORIA
Periodista
Chile
Publicado originalmente en revista RE catalán núm. 112

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