¿Diferencia o distinción?

¿Diferencia o distinción?

«El edadismo nunca debe ser discriminatorio, todos y todas sumamos, formamos parte de la tribu, tan bien entendida en según qué civilizaciones y qué otra riqueza humana no tendríamos si nos lo creyéramos de verdad y se pusiera en práctica»

«Con total respeto por el momento que cada uno vive,
es necesario crear una buena convivencia intergeneracional.»
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Una persona se distingue de las otras por la cantidad de condicionantes que la hacen diferente del resto. Pueden ser distinciones ocasionales, intrínsecas, culturales, de procedencia o de época y etapas de la vida, entre otras.

Dice el filósofo: «Toda persona es una minoría». Gran verdad y a la vez y en el fondo, tampoco somos tan diferentes, pero nos distinguimos perfectamente uno del otro. Nuestras distinciones a veces las llevamos con agrado y otras acompañadas del ¡no hay más remedio!

Se ha hecho y todavía se hace una gran distinción por motivos de edad, de fases de la vida y constatamos que la eterna juventud es lo más apreciado por la mayoría. En gran parte, tanto por arriba como por abajo, lo más valorado y deseable es ‘ser o aparentar ser, todavía, joven’.

La juventud es una etapa preciosa de la vida, la infancia es comparable, ahora que vivo mucho en campo, donde se prepara el terreno para hacer una buena plantación pretendiendo tener una buena cosecha más adelante, por lo tanto, es imprescindible tener una buena infancia. La edad madura es donde uno/a disfruta de la buena cosecha y de eso no se puede estar y cuando te haces grande estás orgulloso/a del proceso de tu vida y diariamente das gracias. Ir llorando por lo que hubieras podido hacer y no has hecho no te reporta nada, mientras que sentir que tu paso ha valido la pena y todavía tienes oportunidades, no tiene precio.

Hasta el último día debes sentirte útil y necesario para participar de este mundo y, cada uno a su medida y posibilidades, poder mejorarlo. Es desafortunada la frase de… ‘en mi época’. Mientras vives, es tu época. ¡Siempre!

El edadismo nunca debe ser discriminatorio, todos y todas sumamos, formamos parte de la tribu, tan bien entendida en según qué civilizaciones y qué otra riqueza humana tendríamos si nos lo creyéramos de verdad y se pusiera en práctica.

En octubre pasado en la revista Sapiens había un reportaje sobre el esclavismo. Me ha escalonado los niños y niñas que, con menos de diez años, en plena vulnerabilidad e indefensión, en pleno siglo XXI, en según qué países que todos sabemos, están realizando trabajos en condiciones infrahumanas. Su edad no tiene fuerza moral para defender sus derechos ni hay nadie que lo haga por ellos, al contrario, nos aprovechamos de esta circunstancia para abaratar costes, para tener más poder adquisitivo y hacernos cómplices de la explotación a la que están sometidos adquiriendo alegremente los productos que ellos hacen o manipulan y otros los comercializan.

«Esconder años transcurridos, arrugas o carencias es
recortar momentos y etapas que son parte de nuestra vida
y nos han hecho tal y como somos.»
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Se habla mucho, sobre todo en nombre de la pandemia, de las personas mayores. Se han hecho importantes y visibles como nunca y la seguridad que ofrecían en algunos hogares al tener la pensión mensual segura, aún los ha hecho más necesarios. El maltrato que algunos han recibido al ser discriminados a tener una atención médica por motivo de la epidemia la hemos pasado de puntillas, hemos mirado hacia el otro lado y, quizás sí era obvio, aunque no estoy muy convencida y hemos intentado justificarlo, o decían se podía justificar, como en tiempos de guerra.

Es verdad que por circunstancias de la actualidad se está hablando mucho de la vejez, tanto para bien como para mal y creo es valioso que se haga.

A veces también hay ganas de hacer una buena pedagogía con los más pequeños, aunque hay temas que nadie se plantea y podrían cambiar las cosas desde la raíz si se pensara más seriamente tanto en unos como en los otros, facilitando herramientas que de verdad den calidad de vida como, crear ciudades o espacios donde esté cómodo y seguro todo el mundo, dar más relieve a la naturaleza incorporándola a nuestro hacer diario mermando contaminación, facilitar el uso de los utensilios ordinarios para todas las circunstancias y edades (hay envases imposibles de abrir sin ayuda y lugares inaccesibles para movilidades limitadas) y sobre todo sensibilizar y dar relieve a todos los momentos que nos toca vivir, sin menospreciar ninguno.

Niños prodigio, con voz, reclaman a dirigentes del mundo que su influencia sirva para conseguir objetivos y no quedarse sólo en promesas.

«El edadismo nunca debe ser discriminatorio,
todos y todas sumamos.» Imagen de hannahpirnie en Pixabay

El uso de frases peyorativas o actitudes ante según qué situaciones o distinciones, marcadas por la edad o etapa, deben estar totalmente abolidas y todo esto no es nada fácil pues la rutina nos lleva a incorporarlas a nuestro hacer diario sin darnos cuenta, dando más expresividad a situaciones que nos pasarían totalmente desapercibidas.

Una persona muy cercana me hacía resaltar que cuando hablábamos de soledad inmediatamente la asociábamos a la etapa de la vejez y añadía que demostramos ignorancia al no hacer evidente la soledad de muchas otras etapas, a pesar de estar rodeado, físicamente, de personas. Actualmente más que nunca deberíamos mencionar la soledad de muchos adolescentes y prestar atención a la falsa solución que se adopta con los suicidios cada vez más frecuentes.

Creo que todo el proceso vital de cualquier ser vivo que puede decidir, que es y se siente libre, forma parte de un engranaje en el que una cadena va condicionando la otra y no podemos “perder sábanas” en ningún momento, todos son importantes.

La gran crisis de la adolescencia, he podido constatar, que se vive según ha fluido el diálogo y buen entendimiento en la etapa anterior con padres y otros adultos. No puedes pretender que un adolescente se abra, dialogue y se manifieste, justamente en esta etapa que bastante trabajo tiene para descubrirse él mismo, pero si los vínculos ya están hechos y consolidados y hay un buen entendimiento de la etapa anterior con sus mayores, todo es más fácil. Esto también ocurre en todos los demás momentos de la vida. La última etapa de la vida tiene mucho que ver a cómo la has vivido día a día anteriormente. Una vez más constatamos que toda edad es importante, ninguna es más o menos relevante que la otra, al contrario. Esconder años transcurridos, arrugas o carencias es recortar momentos y etapas que son parte de nuestra vida y nos han hecho tal y como somos.

Por tanto, etiquetar, juzgar y discriminar al otro, es muy peligroso. Se puede ser muy injusto pues eres ignorante de los procesos que lo han diferenciado y lo han distinguido quizás ya desde muy pequeño/a, la etapa más determinante donde tu poca visibilidad te pone en manos totalmente del otro, padres, tutores y/o maestros…

En la barca no todo el mundo puede remar igual, ni al mismo ritmo, ni con semejante estado de ánimo, aunque es imprescindible ‘remar’ y hacerlo todos y todas a la vez.

Con total respeto por el momento que cada uno vive, es necesario crear una buena convivencia intergeneracional, imprescindible hoy más que nunca, donde la individualidad y la ausencia física del otro es terriblemente vigente y aceptada como vemos en los teletrabajos, dentro del círculo de amistades que queda suplido, la mayoría de las veces, por el grupo de WhatsApp o la vídeo conferencia los días de fiestas señaladas entre los familiares, entre otros.

«No puedes pretender que un adolescente se abra,
dialogue y se manifieste, justamente en esta etapa
que bastante trabajo tiene para descubrirse él mismo.»
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Vamos muy deprisa y el deseo de inmediatez prevalece por encima de todo. Nos cuesta ser pacientes, escuchar y mucho más perder el tiempo en según qué. Todo esto se hace evidente en los más jóvenes, pero a mí, personalmente me preocupan mucho estas generaciones comprendidas entre los 45 y 60 años que a menudo quedan al margen de muchas cosas que suceden a su alrededor, son esclavos de su propio bucle y se hacen casi invisibles. Trabajan, suben hijos o cuidan padres, subsisten, no se cuidan demasiado, están muy preocupados por los pagos, pendientes del tiempo laboral que todavía les queda y… les han pasado los años sin disfrutar demasiado. Me da la sensación de que viven unos momentos mediocres a nivel social y por el contrario de gran estrés para llegar a todo. Claro que no se puede generalizar y por suerte las excepciones rompen las reglas. En esta etapa pienso es donde quedan más patentes las desigualdades, por tanto, se pierden muchas oportunidades.

El tema no es fácil, tiene un gran debate porque además nos va bien no hacer demasiada mención, a nadie le gusta hacerse mayor, se dice, y he aquí el gran error. Deberíamos estar orgullosos de haber podido llegar a mayores y valorarlo. Eso lo sabemos muy bien los que hemos perdido gente, que, también se dice, no tocaba que se fueran a medio camino de su vida. ¡Quedaba todavía tanto por hacer! O no…

Hace poco, una amiga, intentando que la consolara o entendiera que en estos momentos tiene que dejar cosas, por el ritmo tan acelerado que lleva, me decía: «Ya lo veo, me estoy haciendo mayor» y le contesté muy convencida: «¡qué suerte!». Me envió un emoticono de extrañeza total y la cara hacia abajo. Le contesté con otra, de cabeza hacia arriba y con mucha satisfacción en la cara. ¡Cómo debe ser!

Maria PÀRRAGA ESCOLÀ
Maestra y pedagoga
Presidenta de AEPI (Asociación Europea de Programas Intergeneracionales)
Publicado originalmente en revista RE catalán núm. 113

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