El gasto sanitario es cada vez mayor, en parte debido a un incremento de la demanda de bienes y servicios. Esto se explica, al menos parcialmente, por el aumento de la esperanza de vida que conlleva un mayor consumo de productos sanitarios por parte de una población más envejecida. También es manifiesto el crecimiento progresivo de patologías crónicas; procesos que si hasta hace unas décadas eran incurables y abocados a un pronto final sin posibilidad de cronificarse en el tiempo, actualmente, los avances médicos y farmacológicos permiten una mayor supervivencia con una calidad de vida aceptable, si bien con un seguimiento y controles periódicos.
Además, un porcentaje nada despreciable de esta demanda sanitaria proviene de la hiperfrecuentación de las visitas en atención primaria; en gran número de ocasiones, el motivo de consulta, excede las competencias del profesional sanitario.
La incapacidad para afrontar las adversidades propias de toda vida humana, genera malestar, desarmonía e insatisfacción que se expresan en síntomas fisiológicos más o menos objetivables.
En estas circunstancias el profesional sanitario, en un primer momento, tratará de aliviar los síntomas por los que se consulta, mediante la prescripción de un tratamiento farmacológico, o bien la realización de pruebas complementarias que expliquen el origen orgánico de la dolencia. Al mismo tiempo, hay que considerar, que el malestar sea manifestación de un problema más hondo, en la raíz de la persona, y se expresa poliédricamente, siendo fuente de pluripatología como veremos más adelante.
En la práctica clínica se detectan las señales que manifiestan una salud debilitada, y es en la praxis médica donde, con más frecuencia, se deciden propuestas que repercutan en una mejora global; si bien lo deseable será contar con recursos que ofrezcan cuidados más amplios que los ofrecidos por la competencia médica.
Por ejemplo, al trabajador que ha perdido la actividad laboral que realizaba desde su juventud y ahora tiene que iniciar una nueva etapa y no sabe de qué modo, no se le resuelve el problema tomando ansiolíticos o antidepresivos; al adolescente desmotivado porque no le atrae el estudio y no sabe lo que quiere, no le curan los complejos vitamínicos para la astenia; la mujer que padece cefaleas desde que los hijos se marcharon de casa y la jubilación del esposo hace que tengan que compartir más horas del día, con las dificultades de convivencia más estrecha, cada vez necesitará más analgésicos que alivien esas cefaleas, y tras haber logrado que le realicen la deseada resonancia, que demuestre la ausencia de una lesión orgánica en el cerebro, precisará de un acompañamiento para modificar los hábitos de vida adquiridos durante largos años realizando las mismas tareas.
Ante esta realidad, me parece interesante reflexionar sobre los términos salud y bienestar.
En realidad el concepto de salud es una abstracción, difícilmente ponderable; ciertamente la ciencia médica puede contribuir y favorecer el bienestar individual y social, pero no lo agota; intervienen múltiples agentes subjetivos que condicionan este modo de sentirse bien que calificamos de buena salud.
En 1946 la OMS aceptó la definición de salud propuesta por Stampar el año anterior, la salud como un “estado completo de bienestar físico, mental y social, y no tan sólo la ausencia de afecciones o de enfermedades”.
Otras definiciones expresan en el término salud un contenido más dinamico, como una realidad progresiva, sin limitar la expresión a un estado. Henry E. Sigerist afirmaba que “la salud no es sólo la ausencia de la enfermedad, sino que es algo positivo, una actitud gozosa ante la vida y una aceptación alegre de las responsabilidades que la vida hace recaer sobre el individuo”. Este médico, de origen suizo, señalaba cuatro ejes básicos del ejercicio de la medicina, la promoción de la salud, la prevención, el tratamiento de las enfermedades y la rehabilitación.
Igualmente es oportuno recordar el concepto de salud como “plenitud armónica del individuo y de la comunidad de individuos”, que el doctor Gol i Gurina expresó en el X Congreso de Médicos y Biólogos de Lengua Catalana.
Todos ellos expresan aspectos de la salud que más allá de un estado de bienestar, apuntan a estratos más profundos del ser, por lo que el término más adecuado sería bien ser; un bien ser armonizable con todo tipo de malestar, mientras el núcleo de la personalidad no esté dañado, a pesar de un problema físico o social.
Según esta visión, estar sano entraña ser consciente del valor de nuestra existencia limitada, como la única posibilidad de existir; gozar de salud significa disfrutar armónicamente de nuestra irrepetibilidad, aceptando libremente la propia condición humana. Cabe estar sano siendo muy diferente del ideal que nuestra sociedad propone.
Como explica el doctor Juan Gervás en su libro “Sano y salvo”, salud es sentirnos vivos y disfrutar de las variaciones de la normalidad que a todos nos adornan; para disfrutar de la vida y de la salud hay que construir un armónico mundo interior en el que nos aceptemos con nuestras variaciones, nuestros puntos débiles, y las dificultades naturales de la condición humana.
Ciertamente, los enormes avances científicos y técnicos en salud permiten atender con mayor eficacia innumerables enfermedades, haciendo posible una mayor calidad de vida.
La medicina global, desde un enfoque integral y dinámico de la salud, promueve estudios interdisplinares que investigan y profundizan en los contenidos del bien ser, y tratan de descubrir las causas que dificultan una existencia armónica, pacífica y gozosa.
En este vasto proyecto, es fundamental el trabajo de los profesionales sanitarios, y además exige la participación imprescindible del conjunto de la sociedad en tanto que agentes de salud corresponsables en el cuido del cuerpo y del entorno.
Remedios ORTIZ
Médico de familia
Madrid
Abril de 2017