Ágapes: saborear el encuentro

Ágapes: saborear el encuentro

Fotografía: Javier Bustamante

Prácticamente en todas las culturas existen uno o varios tipos de encuentro social o familiar que tienen lugar alrededor de alguna clase de comida o bebida. Ni qué decir tiene que, en su origen, no se concibe que los alimentos en sí sean el centro del evento; seguramente, ni siquiera pueda afirmarse así en aquellos entornos agrícolas en los que este hecho coincide con la recolecta o cosecha de algún producto. En realidad, la comida es una parte importante del contexto que se crea para que tenga lugar un encuentro humano al que se da cierta importancia. De ahí que suelan tener un componente casi ritual, ya sea en las formas que se adoptan o en los alimentos que se toman.

Por eso, al observar cómo se han transformado algunos de estos acontecimientos, nos atrevemos a afirmar que han perdido su ingrediente fundamental: el encuentro humano. En unos casos, eso sucede por comportamientos insanos que hacen que administremos la comida de modo inadecuado por sus características o sus cantidades. De un modo que horrorizaría a nuestros antepasados, parece que nos juntemos para comer y no para celebrar algo conjuntamente.

La comida adquiere su carácter cultural cuando sobrepasa su condición relativa a la supervivencia. Eso aporta la particularidad humana a un hecho que, de entrada, es meramente animal. Pero, sin embargo, el hombre ha desarrollado comportamientos que, en realidad, le desmerecen con respecto a los animales. Éstos, por ejemplo, habitualmente matan lo estrictamente necesario para supervivir. En cambio, los seres humanos estamos desperdiciando constantemente cantidades ingentes de comida, aun a sabiendas de que hay un parte importantísima de la población mundial que carece de la necesaria para sobrevivir. El orgullo guía este tipo de comportamientos.

Confundimos el sentido de agasajar con el de ofrecer una cantidad de comida desmesurada de la cual, casi inevitablemente, una considerable parte será desperdiciada. Para acoger a alguien y tratarle con atención y deferencia, lo más importante es la actitud personal que adoptemos al hacerlo. Dicha actitud nos dictará qué alimentos son los apropiados para ofrecer a nuestro invitado. Si es verdadero cariño el que le deparamos, lograremos ofrecerle un tipo de alimentos que convengan a su salud y le hagan sentirse a gusto no sólo en ese momento sino también después del encuentro.

En otros casos, la pérdida de sentido con respecto de sus orígenes la denota el olvido de la sabiduría oculta en los ritmos tanto de la elaboración de la propia comida como del ágape en sí. Prisas que provocan malas digestiones y, lo que aún es peor, malos encuentros. Es bien sabido que las cocinas caseras son lugares donde tienen lugar algunas conversaciones enjundiosas, al ritmo de tareas manuales minuciosas o de seguimiento de un guiso que se cuece a fuego lento: como las buenas amistades.

Las antiguas amas de casa o sus trabajadores preparaban con verdadera sabiduría los alimentos que tenían que acompañar un encuentro crucial para la familia, ya fuera por negocios o por asuntos personales como los enlaces matrimoniales, etc. Esa atención se traslucía luego en el desarrollo del encuentro en sí. La unión de comida y conversación es tan delicada como fructífera si se prepara equilibradamente. Es decir, tan importante es preparar lo uno como lo otro, y el efecto es multiplicador. Si el objetivo principal es atender a alguien y cuidar nuestra relación con él, no podemos contentarnos con preparar lo «material»: deberemos detenernos igualmente en pensar en lo «inmaterial», o sea, en la propia persona, en los temas de conversación, en sus gustos o habilidades, en aquello que nosotros conocemos y que puede serle de interés, utilidad o agrado.

Ni la cantidad ni la exquisitez de los alimentos logra nunca equiparar el buen sabor de boca que deja un encuentro en el que uno se siente atendido personalmente, con delicadeza y atención; en el que la conversación transcurre amigablemente; en el que se produce un enriquecimiento mutuo y una agradable sensación de bienestar. Eso es, probablemente, lo que realmente distingue una comida de un ágape. El banquete lo es por la belleza y armonía de todos sus ingredientes.

Agosto de 2017

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