Hacia una energía limpia
El deseo de una vida sostenible implica plantearse el uso de las energías limpias, también conocidas como energías renovables, sostenibles, alternativas… Dichas energías son el centro de atención de muchas publicaciones y de constantes artículos en la prensa de todo el mundo. Cumbres de expertos y documentales se dedican a hablar de ello. RE no hace una aportación especializada, sino que brinda más bien una mirada de fondo.
El realismo existencial afirma la limitación del ser humano con gozoso realismo. La vida es un regalo que no deja de maravillarnos en su riqueza y complejidad. Esa riqueza se trasluce también en multitud de fuentes de energía que, sin embargo, no están siendo utilizadas coherentemente.
Cuando el uso de la energía derivó de formas caseras a industrializadas, su consumo se centró en las energías fósiles. Concordando con algunas ideas vigentes en aquella época, se creyó que al igual que en el mito del eterno progreso, también las fuentes de energías serían eternas. Su abundancia en los primeros tiempos alimentó la ambición de una industria que centró todos sus esfuerzos en promover el uso de la energía derivada de tales fuentes.
Sin embargo, la realidad era muy diferente. También las fuentes fósiles de energía eran limitadas; abundantes, sí, pero limitadas. Cuando la tecnología ha ido avanzando y ha sido capaz de conocer mucho mejor las posibilidades de dichas fuentes, no se ha respondido adecuadamente a la evolución de su conocimiento. El uso que se ha seguido haciendo y el modo de comercialización denota un signo más del orgullo y ambición que el ser humano detentamos en tantas de nuestras acciones. El mal uso y abuso de las energías fósiles denota poca razonabilidad y sensatez. Más aún cuando no solo nos enfrentamos al previsible agotamiento de tales fuentes, sino cuando constatamos científicamente los daños que están causando al ecosistema y, por tanto, a nosotros mismos que somos parte de sus habitantes.
Frente a ello, las denominadas energías limpias, las derivadas de fuentes como el sol, el viento o el agua, parecen una opción interesante a ser tenida en cuenta, pero todavía son desconocidas por una parte importante de la población. Su viabilidad técnica y económica está en estudio y experimentación. Por supuesto que presentan dificultades que deben afrontarse para poder convertirse en una alternativa en igualdad de condiciones. Pero nada tan insalvable como para estar destruyendo, a conciencia, el medio ambiente.
Del mismo modo que la gasolina derivada del petróleo nutre inapropiadamente los motores de tantos aparatos, la soberbia, la vanidad, el egoísmo, nutren el motor de una estructura social en la que se pierden o malbaratan muchas energías —fósiles, limpias y humanas—. Por otro lado, toda esa estructura rebosa y trasciende a cada una e incluso al conjunto de las personas. Ninguna es ni capaz ni responsable, ni todas juntas, de tanto mal como se desprende. Además, todos, de una manera o de otra, somos hijos y a la vez sufrientes de esta estructura social que rezuma injusticia hacia quienes sufren las consecuencias sin siquiera disfrutar de alguno de sus frutos y frivolidad por parte de quienes consienten tal situación.
Todos estamos, a nuestro modo y nivel, sosteniendo y promocionando un mal uso de ciertas energías mientras otras permanecen infrautilizadas, casi enterradas por inercias, malos hábitos, intereses, viejas rémoras o burocracias. El papel del ser humano no es solo de consumidor acrítico sino de consumidor responsable que contribuye también a la generación y aprovechamiento de energías.
Vivir conscientemente implica actuar conforme a lo que vamos sabiendo, sin dejarnos llevar por la corriente. Y hablar de ello no es una cuestión de moda sino de seriedad.
Septiembre de 2017