Nuestra casa común

Nuestra casa común

«En los pueblos andinos, se realiza el pago a la pachamama.
Es un ritual de agradecimiento a la madre tierra
por todo aquello que nos proporciona.»

«Taquipuniw aka pachanx mayaki: Todo en este mundo es una única realidad», expresa una máxima aimara. Según la cosmovisión aimara, al igual que para otros pueblos originarios de América Latina, todo está interconectado, el ser humano, la tierra, los animales, toda la naturaleza, y hay una reciprocidad. La tierra es la Pachamama y «merece veneración. Por eso no se puede romper o ni tan solo pisar así sin más ni más. El vivir y el morir dependen de la tierra. Si no fuera por la tierra no seríamos personas porque los aimaras no vivimos del aire ni tampoco colgados, como un foco, sino de la tierra. A nuestra concepción hay que abonar, proteger, respetar y venerar la tierra porque es la que nos da la vida.»[1]

Según esta cosmovisión, la tierra no es para sobreexplotarla sino para tomar lo necesario para vivir: «La tierra es como las venas que nos hacen vivir. Si nuestras venas funcionan, vivimos y respiramos, comemos y caminamos.» [2]

Que diferente sería la situación de nuestro planeta si en vez de constituirnos en depredadores voraces de los recursos de la tierra, optáramos por un estilo de vida más sencillo, armónico y solidario.

Autores como el teólogo Leonardo Boff, que participó en la constitución de La Carta de la Tierra, promulgada en el año 2000, en su libro Una ecología integral distingue cuatro ecologías: ambiental, política y social, mental e integral y propone una eco-educación que contribuya a la creación de una manera sostenible de vivir.

Nueva obra de misericordia

En el año 2016, para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, que se celebra cada 1 de septiembre, el Papa Francisco propuso el cuidado de la creación como una nueva obra de misericordia: «me permito proponer un complemento a las dos listas tradicionales de siete obras de misericordia, añadiendo a cada una el cuidado de la casa común. Como obra de misericordia espiritual, el cuidado de la casa común necesita la contemplación agradecida del mundo». Y «como obra de misericordia corporal, el cuidado de la casa común necesita simples gestos cotidianos donde rompamos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor».

Cuidar de la casa común y humildad

El cuidado de nuestra casa común está íntimamente relacionado con la humildad. ¿En qué sentido? Por un lado, partimos de la constatación de que antes no existíamos. En algún momento empezamos a existir. Y un día moriremos. Entre existir con límites o no existir, prefiero existir. Y, precisamente porque todo lo humano es limitado, con más razón hay que cuidarlo. Cuidar mi existir, cuidar el existir de los demás, cuidar el hábitat que posibilita la existencia…

«La ultimidad nos hace sentir hermanos de todo lo creado.
Debemos revisar cómo tratamos a los seres existentes,
sean o no de la especie humana.»

El doctor Alfredo Rubio señalaba: «aquel que está contento de ser lo que él es, ser un ser humano, entonces el universo es algo muy interesante, es algo muy bonito, es su casa, es lo que uno tiene que cuidar, es su reino. El que está contento de vivir tal como es, cuida con cuidado el universo, las cosas que tiene alrededor; cuida la ciencia, la investiga con afecto para ir descubriendo los secretos de este universo donde está y del que forma parte. Los ambiciosos desprecian el mundo porque les parece poco y no tienen tiempo de arreglarlo. El humilde tiene paz, tiene tiempo y agrada, disfruta, es feliz, con el cuidado de las cosas, de las personas y de todo.»

El cuidado de la creación engloba a todos los seres, todo lo que existe, también me incluyo yo. Yo también tengo que cuidarme para poder cuidar a los demás, de las cosas… Y este cuidarme implica velar por mi proceso de personalización y de crecimiento hacia la madurez. La plenitud es un camino que conlleva muchas luchas interiores y capacidad para ver mi propia realidad. ¿Cómo trabajo mi ser para humildearlo? ¿Detecto mis nudos para irlos desanudando, estos nudos que son como miedos?

Darnos cuenta de que no somos dioses y aceptar nuestra contingencia posibilita una convivencia armoniosa. Si creemos que somos más, nos inflamos, ocupamos más, consumimos más y nos convertimos en depredadores voraces del planeta. La soberbia es la causante de los muchos males que afligen al ser humano y al planeta y a toda la creación.

No malgastamos los recursos de la tierra con mesura, sino que los sobreexplotamos buscando la máxima ganancia que siempre es de unos cuantos. Extraemos los recursos de la tierra como quien va a la gasolinera a llenar el depósito y se va. En los pueblos andinos, se realiza el pago a la pachamama. Es un ritual de agradecimiento a la madre tierra por todo aquello que nos proporciona. Se realiza antes de sembrar o antes de iniciar la construcción de una casa.

Lo importante para el futuro es buscar el bien de los presentes, de los existentes. Pero ¿qué quiere decir y qué conlleva el bien de los presentes? Procurar una vida digna para todos, pero sin caer en el consumismo y materialismo que todo lo degrada y sin hipotecar a las generaciones futuras.

Cuidar de la casa común y ultimidad

El cuidado de la casa común implica situarse también en la ultimidad. No relación de poder o dominio ni conmigo, ni con los demás, ni con las cosas, ni con los animales… Nadie tiene potestad sobre nadie. El motor de actuación no es el poder, es el amor, el servicio por amor.

«¿Cómo trabajo mi ser para humildearlo? ¿Detecto mis nudos
para irlos desanudando, estos nudos que son como miedos?»

La ultimidad nos sitúa ante la vida en un plano de igualdad y fraternidad con todo aquello que se ha creado, generando un tipo de relación más armónica y un estilo de vida que se aparta del consumismo voraz y de la ambición por tener más y más. Apuesta por una vida sencilla y más acorde con la naturaleza, ¡los humanos somos parte de esta naturaleza! ¿Cómo nos acercamos? ¿Con espíritu depredador? ¿O desde el respeto?

En este sentido, el doctor Alfredo Rubio, ya en 1989, hablaba de que teníamos que vivir un cierto Abelismo: «Abel es un símbolo del hombre ecológico: natural, campesino, etc. Por el contrario, Caín es el que fuerza la naturaleza, no la respeta, persigue a su hermano y todo lo que es suyo, etc. Es importante este Abelismo en momentos en que la humanidad, por la manera en que se ha desarrollado la industria y la técnica, sus criterios, ideologías y soberbia, están a punto de hacer desaparecer la propia humanidad. Han sido posturas muy cainistas, de dominio soberbio de la naturaleza, de no respetar su misterio, de querer destriparlo todo para saber (de manera que se consigue una sabiduría inútil). Las nubes ácidas hacen disminuir los bosques; las contaminaciones matan a los peces de mares y ríos; las epidemias acaban con la vida, realmente es Caín persiguiendo a su hermano. Si no se ve la naturaleza, la vida como un don, no se respetará su misterio y se la degradará con grave daño para todo, incluso para los propios humanos.»

La ultimidad nos hace sentir hermanos de todo lo creado. Debemos revisar cómo tratamos a los seres existentes, sean o no de la especie humana. Muchas veces los tratamos con un sentido de superioridad y de dominio, maltratándolos. Queremos dominarlo todo sin ningún límite.

No estamos desconectados de las otras criaturas. Debemos tomar conciencia de que no somos el centro de la tierra sino los encargados de cuidarla.

Lourdes FLAVIÁ FORCADA
Antropóloga
Chiu Chiu, Chile
Publicado originalmente en RE catalán núm. 109

Notas

1 Malú Sierra, Donde todo es altar, Editorial Persona, Santiago (Chile), 1991, p.43
2 Ibíd, p. 42

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