Es sobradamente conocida la expresión de Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia». Con ella, el filósofo consideraba la importancia que tiene el entorno para el individuo. Uno no se explica qué y quién es una persona, si no atiende a aquellas circunstancias que le han ido configurando, la historia de la que forma parte, la sociedad en la que se ha formado o, en último término, aquella cultura que ha acogido su desarrollo humano.
Tiempo después, Alfredo Rubio de Castarlenas, pensador sagaz al afinar expresiones, parafraseaba a Ortega afirmando: «yo soy yo y mis otros».[1] Es este un matiz que, en el realismo existencial de Rubio, se apoya sobre la fraternidad por la existencia: si bien todos los seres existentes somos, de algún modo, hermanos por el hecho de existir, cabe todavía dar un paso más.
La comprensión popular recuerda que mientras que uno escoge a los amigos, en cambio, la familia es la que toca a cada uno. Pues bien, podríamos afirmar que, en un primer momento todos hemos recibido esa existencia como don, y nos «toca» ser hermanos por compartir ese mismo regalo —el ser—. Pero luego sobreviene un momento de adultez que implica el apropiarse de dicha existencia, o lo que es lo mismo, el asumirla libremente, escogerla frente a la opción de «desexistirse». Y al escoger existir, si somos coherentes, elegimos también existir con otros, puesto que no podemos ser, sino como seres sociales. Ser hombre es ser yo y ser con otros.
Es en este sentido que podría afirmarse que hay un grado cualitativo diferente de hermandad entre aquellos que no solo se reconocen coincidentes en la existencia, sino que, además, asumen esta con plena libertad y aceptan incluso gozosamente la existencia de esos otros.
Son estos en concreto, y no unos otros hipotéticos, los que de algún modo pueden llegar a compartir con nosotros la aventura de desarrollar al máximo el ser recibido. Y decidir hacer esto, no por no caber otra posibilidad, no por mero soportarse y conformarse, sino porque se comparte el entusiasmo respecto al hecho de existir. Es decir, se trata de llegar a ser hermanos no solo por la existencia, sino por la libertad, que es lo que nos hace amigos.
Sí. Al hablar de fraternidad por la existencia, pongamos rostros y nombres concretos —o cuerpos y sonrisas como dice Rubio en el mismo ensayo—, y no solo seres ónticamente parejos que nos resultan lejanos. La aventura de la solidaridad empieza aquí mismo, con esos otros con los que configuramos los yoes respectivos. La aventura de la solidaridad pasa por gozar con ellos, libre y conscientemente, de la vida que compartimos.
Teresa JUÁNEZ
Formadora
Salamanca (España)
Febrero 2018
[1] Rubio de Castarlenas, Alfredo, «Glosa de Antropología Existencia». En: Revista Re, nº 41, Barcelona, diciembre 1997.