El clima en la península

El clima en la península

Hijo de emigrantes en un pueblo remoto de El Caribe, gallego y asturiana, era motivo de alegría y curiosidad la visita de algún paisano llegado de España. Siempre mis padres preguntaban: ¿Cómo anda el clima en la península? La respuesta iniciaba con meteorología y terminaba en economía y política. ¡Y más interesante el “clima” a partir del 20 de noviembre del 1975! Desde América se oteaba a través del Atlántico a esa tierra lejana que denominaban Península. Los criollos, es decir, los nacidos en América, vivimos en un clima diferente al peninsular, y las comparaciones surgen de manera natural.

Con la democracia, o la caída de las dictaduras, indudablemente la península fue vanguardia: Portugal (1974) y España (1975). México con su reforma política (1977), República Dominicana (1978) y Ecuador (1980) le siguieron. A partir de entonces, y durante los siguientes diez años, más cambios democráticos se operaron en América Latina, a ritmos y modalidades muy diversas. El liderazgo español y portugués de la Internacional Socialista fueron socios importantes en esos procesos, abriendo espacios políticos que anteriormente se consideraban de control exclusivo de la política exterior de los Estados Unidos. A partir de 1991 la alianza política entre América Latina y la Península Ibérica se consolidó con las Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y de Gobierno. Aunque muchos, con certeza, cuestionan su efectividad, su simple materialización es un símbolo de la unidad a través del Atlántico.

Foto: Javier Bustamante

A nivel político la gran diferencia estriba en que el modelo político de la Península es parlamentario, mientras en América Latina el sistema es presidencial. Esa diferencia hace que la política latinoamericana es más lenta y centrada en la figura del gobernante. Un caso como el reciente voto de censura que provocó la caída del gobierno de Rajoy no es del todo comprensible para los ciudadanos latinoamericanos de a pie. Más de uno me ha preguntado cómo es posible que haya un nuevo presidente de otro partido sin que mediara elecciones. Los modelos presidenciales latinoamericanos, especialmente en los sistemas de balotaje en caso de que ningún obtenga la mitad más uno, generan mayorías absolutas que serían la envidia de muchos políticos europeos.

Con el caso español otro tema es visto desde América con una óptica muy particular. Las autonomías españolas son vistas a nivel americano en carne propia por la identificación regional que asumen la mayoría de los emigrantes. Lo común es que al presentarse se digan gallegos o catalanes, rara vez españoles. Y en casi todas las principales ciudades americanas hay clubes y restaurantes con fuerte identificación con las autonomías. Históricamente en Argentina y Cuba a todos los españoles se les denominaba “gallegos” por la impronta de dicha emigración desde inicios del siglo XX. Incluso el nacionalismo gallego y su lengua tienen en la Cuba de las primeras décadas del siglo pasado una de sus principales fuentes.

Si el nacionalismo gallego es percibido sobre todo como una apuesta cultural y no política, el caso Vasco, sobre todo con el accionar de ETA, encontró en mucho sectores latinoamericanos de izquierda posturas de solidaridad, aunque con la llegada de la democracia en España dicha actitud amainó al no considerar legítimo el uso del crimen como herramienta política. El caso catalán, más reciente, sí ha provocado debates intensos. Desde posturas nacionalistas en este lado del Atlántico se ha visto con simpatía el esfuerzo soberanista de esa región mediterránea, evocando de manera romántica las luchas independentistas del siglo XIX. En cambio el énfasis en la lengua catalana sí ha distanciado emocionalmente a mucha de la intelectualidad latinoamericana de ese proyecto. La lengua castellana es defendida como lengua de unidad entre los latinoamericanos y no como la lengua del “imperialismo” de Madrid. Barcelona es un gran referente como cuna del Boom Latinoamericano en la narrativa, tanto por el respaldo que le brindaron las editoriales de la capital catalana, como por el hecho de que la mayoría de sus más insignes representantes vivieron en la ciudad condal.

Un último factor relevante en esta ponderación es el hecho de que, fruto de las emigraciones latinoamericanas hacia España en las últimas décadas del siglo XX y la primera de este siglo, hay grandes núcleos de españoles de origen latinoamericano viviendo en la geografía peninsular y desarrollan sus propias síntesis entre ambos “climas”, como lo he definido en el título. Son los nuevos criollos, pero españoles, que espero en los próximos años establezcan un fructífero diálogo con los criollos latinoamericanos de origen español. Ambos grupos son los nudos de un tejido identitario entre la Península y América Latina que conocerá este siglo XXI.

Un mayor conocimiento mutuo entre las sociedades, los pueblos, las naciones, las autonomías y los criollos de ambos lados del Atlántico es un camino para la paz. Las diferencias deben ser riquezas y no obstáculos, vividas en democracia y solidaridad, abiertas al diálogo honesto y en la construcción de comunidades tolerantes y prósperas.

David ÁLVAREZ MARTÍN
Filósofo
República Dominicana
Julio de 2018

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