Yo soy parte del problema… y de la solución

Yo soy parte del problema… y de la solución

Todos nos hemos lamentado alguna vez de los conflictos y problemas que vivimos en pareja, familia, con amigos o en el trabajo. Y hemos escuchado las confidencias de personas quejándose de quienes les rodean. En la mayoría de los casos el narrador se expresa como víctima de ingratitud, injusticia, incomprensión o falta de reciprocidad. Si se tiene ocasión de oír por separado a las dos partes en conflicto, casi siempre notará que ambos tienen algo de razón; cada uno de ellos percibe algunos aspectos de la problemática, pero no la ve completa. A ambas partes les puede ser difícil mantener la calma y la distancia afectiva suficientes para comprender algo más que su propio punto de vista. Y como las personas solemos buscar fuera de nosotros las causas de los acontecimientos que nos son contrarios o provocan desilusión y dolor, atribuimos al otro, a influencias ajenas, a la mala suerte, al clima o a las circunstancias, la responsabilidad de los conflictos que vivimos.

Pero suele suceder que en los conflictos interpersonales, cada una de las partes es elemento importante del problema (y por tanto de las posibles soluciones), aunque se perciba como mera víctima del otro. La imagen de inocencia que solemos tener de nosotros mismos es, en el mejor de los casos, una ingenuidad. Y es que uno tiene como un “área ciega” en la percepción de la realidad externa e incluso interna: hay aspectos que no percibimos, ni siquiera de nosotros mismos. Suelen éstos coincidir con aquello que nosotros aportamos al conflicto y que incluso aunque alguien nos hable de ello, no logramos percibirlo ni reconocerlo como propio. Por ejemplo, si uno se lamenta de que el otro le maltrata desde hace años, habría de darse cuenta de que se ha dejado maltratar. Si otro dice haber sufrido indiferencia o rechazo, tal vez deba revisar si a su vez no ha pecado de eso mismo.

Pero en ocasiones la percepción de uno mismo está sesgada, sin darnos cuenta, como por un error invencible que quizá sólo lleguemos a descubrir tras muchos años de experiencias repetidas, en los procesos terapéuticos, o en las situaciones de gran lucidez que se alcanzan con una profunda espritualidad o ante la cercanía de la muerte.

La amistad merece la pena
Seremos mucho más humildes y acogedores                                                                                                                                 (Foto Pixabay)

Mientras tanto, no hay que obsesionarse para intentar tener una visión de 360 grados y controlar todas nuestras reacciones. Más bien hay que aceptar que tenemos esas áreas ciegas y comprender que hay un margen de conflictividad con la que nosotros contribuimos a las situaciones difíciles, aunque no nos demos cuenta de ello. Estar conscientes de ello nos hará mucho más humildes y acogedores al escuchar a los demás hacernos observaciones o quejarse de nosotros. De igual modo debemos comprender que los otros a veces actúan con menos dolo y menos mala intención de la que nosotros quizá les atribuimos, y más como resultado de un desenfoque debido a su propia área ciega.

Comprender que uno mismo es parte del problema, sin complejos ni perfeccionismos, nos puede ayudar a solucionar las cosas percibiendo a los demás como espejos que, de algún modo, reflejan una parte de la realidad que tantas veces se nos escapa. No es agradable, pero casi siempre tienen algo de verdad. Tomar conciencia de ello es indispensable en el proceso de reconciliarse y solucionar estas fricciones, pues de otro modo las palabras se trasforman en monólogos alternos donde cada uno simplemente expresa su parte sin atender con autenticidad a lo que el otro siente, dice y piensa.

Las relaciones interpersonales, la amistad y el afecto tan deseados y añorados, pero tan frágiles en nuestro tiempo, merecen que dediquemos esfuerzo y perseverancia para que duren y mejoren a lo largo de los años. Todo ello requiere, pues, humildad, paciencia y esfuerzo, pero ésta es la auténtica amistad y bien vale la pena el esfuerzo.

Leticia SOBERÓN
Psicóloga y doctora en comunicación
Madrid
Diciembre 2018

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