Vivimos en un mundo que a veces se muestra maravilloso, pero que también está plagado de luchas, de rencores, de resentimientos, de fanatismos, de pobreza… y, cómo no, de nuestras propias limitaciones. Todos estos aspectos negativos hacen que se quiebre la convivencia, que la diversidad sea un problema y la desigualdad llegue frecuentemente a límites casi de inhumanidad.
A menudo es un mundo, el nuestro, en el que la disparidad de opiniones y la diferencia de creencias pueden llevan a enfrentamientos e incluso a guerras, tal como lamentablemente ha acontecido siempre.
Es necesario saber ver y descubrir la realidad del momento actual para intentar dar un paso en el intento de arreglar esos conflictos. Aunque ya sabemos que no hay varitas mágicas que solucionen los problemas; sin embargo, se vislumbra que la respuesta está en profundizar cada uno —“uno a uno”— en estas cuestiones. En que la sociedad civil sea capaz de descubrir los conflictos concretos y ponga en marcha acciones para solucionarlos. También se puede dar una respuesta desde la humildad: desde la sencillez, del hacer pequeñas cosas… ¡muchas gentes!
Que sea como una suave lluvia, de forma que, unidas todas las gotas, den vida a la tierra y al hombre. De hecho, son muchas las asociaciones que toman manos en el asunto y conjuntamente, en diversos lugares del mundo, ejercen sus acciones a favor de la paz y de la convivencia.
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Y, sin embargo, es necesario gastar energías para, no solo llegar a establecer la paz, sino también para ir más allá y alcanzar a vivir la fiesta.
La paz es necesaria, tanto como frágil e inestable.
La fiesta no solo constituye un seguro y un anclaje de la paz, sino que es motor, impulso y orientación de la sociedad. En la fiesta se vive a fondo nuestra dimensión social y comunitaria.
La fiesta contiene muchas paradojas y contrastes: es gratuidad, pero también esfuerzo; es improvisación y preparación; es espontaneidad y reflexión; es abandono y vigilancia atenta.
Es obvio que las fiestas han de ser algo gratuito, espontáneo, irrepetible, inclusivo… La fiesta es la exaltación de todo lo que es vital y común a todos: es imaginativa, creativa, siempre nueva y revitalizadora. Rompe con las rutinas, es compartir, es encuentro, es belleza…
Sin embargo, aunque parezca paradójico, se ha de profundizar una y otra vez sobre su entraña más íntima. Ello contribuye no solo a conocer mejor su auténtica identidad, sino que ha de motivar a vivir un poco más festivamente cada día.
La fiesta es un estado de realización de la persona en todas sus dimensiones: personal, cultural, social… con el matiz del gozo y alegría que comporta la realización plena de la persona.
Para que sea de verdad una fiesta, se necesita que sea bien humana. Que sea concorde con el sentido común; y sea solidaria con el que lo necesite y que quepan todas las personas, sin discriminación de nadie. Que sea siempre nueva y sorprendente.
Pasar de la paz a la fiesta quizás es un buen propósito, personal y social. No basta con estar en paz con uno mismo y con los demás, se necesita dar un salto desde la profunda alegría de ser y del ser del otro. Y, desde ese “vivir la fiesta”, descubrir un nuevo enfoque, una nueva forma de vivir.
Es un tema tan vasto que, aquí solo hemos abordado algunos de sus aspectos; quedan muchos otros por tratar.
Sí, “vivir la fiesta”, y —yo añadiría— no solo vivirla, sino ¡estar en fiesta!
Elena GIMÉNEZ ROMERO
Periodista
Barcelona
Febrero 2019