Está revuelta la aldea global a cuenta de la carta que López Obrador, Presidente de México, envió al Rey de España y al Papa para solicitar formalmente una petición de perdón por el que “fue sin duda un acontecimiento fundacional de la actual nación mexicana, sí, pero tremendamente violento, doloroso y transgresor (…) la conquista se realizó mediante innumerables crímenes y atropellos”. Y lo hace, según expresa, con el deseo de formalizar una reconciliación histórica que se daría tras expresar un “pliego de delitos” y recibir la consecuente petición de perdón.
Noble objetivo el de la reconciliación, pero para poder realizarla es imprescindible haber eliminado antes los rencores históricos que envenenan el ánimo de millones de latinoamericanos, y también los posibles complejos de culpa u orgullos históricos que obnubilan a muchos europeos. No se puede construir la reconciliación si no nos liberamos del peso indebido de los hechos pasados. No se puede “nacer” al presente si estamos aún vinculados a la historia debiendo caminar por nuestro propio pie. Hemos de cortar ese ya inútil e infantilizante cordón umbilical. Ojo: cortar ese cordón nos hace empezar a vivir de manera autónoma, caminando libremente, pero siempre nos queda esa huella -el ombligo- que nos recuerda de dónde venimos, y que no nos hicimos a nosotros mismos.
Primera evidencia: Los contemporáneos no tenemos ninguna culpa de los males, ni mérito de los bienes acaecidos en la Historia por la sencilla razón de que no existíamos. ¿Por qué alimentar resentimientos, orgullos o culpabilidades históricas si no tenemos responsabilidad sobre el pasado?
Segunda evidencia: No podemos volver la historia atrás, ni cambiarla. Además, si ésta hubiera sido distinta, los acontecimientos, encuentros y enlaces habrían sido diferentes, habrían nacido otras personas. Ninguno de nosotros existiría.
Tercera evidencia: Nuestra responsabilidad es el presente, y podremos construirlo mejor si establecemos vínculos de amistad con los contemporáneos que quieran contribuir a ello, de cualquier etnia, nación, lengua o condición.
Cuarta evidencia: los males históricos son males; las guerras y sufrimientos causados a seres humanos, lamentables. Hay que conocerlos y no querer repetirlos en el presente. Pero eso no impide aceptar que han sido ocasión de nuestro bien fundamental: existir.
Asumir estas cuatro evidencias no es fácil: requiere un cambio interior que consiste en superar tanto el victimismo como la culpabilidad o el triunfalismo históricos, que a pesar de todo constituyen para muchos su zona de confort en un imaginario tablero social en blanco y negro. Y plantarnos en el presente de manera activa, renovada y libre, sintonizados en la fraternidad existencial que nos une a todos los seres humanos que hoy pueblan el planeta por el simple hecho de coincidir en el tiempo como resultado de la misma ola histórica.
Instituciones que lamentan los daños realizados
La vida individual es breve, pero las instituciones perduran, y de algún modo dan continuidad en el presente a actitudes o acciones que se realizaron en épocas pasadas. Por eso, para favorecer la paz, es aconsejable que sus representantes, si es prudente, lamenten públicamente los errores y daños infligidos en el pasado, y de algún modo, cuando sea prudente, resarcirlos en lo posible[1]. No es lo mismo que pedir perdón, que pertenece a la dimensión individual de la vida. Las instituciones pueden lamentar públicamente hechos pasados.
Dónde está la línea que separa lo necesario u obligatorio, y sobre todo qué se considera error en cada momento histórico, son cuestiones nada fáciles que las sucesivas generaciones deberán ir discerniendo. No se puede medir el pasado con las categorías mentales del presente, por lo cual lo que hoy nos horroriza, en otras épocas históricas era considerado normal y hasta deseable, aunque hay aberraciones que lo han sido en todas las épocas. Por eso hay que empeñarse en un diálogo serio entre los contemporáneos, habiendo cortado el cordón umbilical con la historia, para saldar cuentas con el pasado que nos hizo posibles, y lograr el bien y la paz en el hoy que nos ha tocado vivir.
Leticia SOBERÓN MAINERO
Psicóloga y Doctora en Comunicación
Madrid
Abril 2019
[1]Todo este artículo se inspira en el texto de la Carta de la paz dirigida a la ONU. www.cartadelapaz.org