La salud de la democracia en el presente

La salud de la democracia en el presente

Imagen: Wikipedia

La segunda mitad del siglo XX fue testigo de la ampliación, al mayor nivel históricamente conocido, de las naciones que se organizaron bajo criterios democráticos o pretendiendo serlo. El concepto de democracia se presta a equívocos. La amplia y diversa cantidad de referencias que usamos al referirnos a democracia o sociedad democrática complica cualquier análisis sobre el tema. En muchos casos se reduce la denominación de un gobierno democrático a que es fruto de elecciones, relativamente libres y competitivas.

La Carta de la Paz nos brinda un marco de referencia sobre la democracia más amplio que la consulta electoral: “…el derecho a pensar, expresarnos y agruparnos libremente, respetando siempre la dignidad y los derechos de los demás (…) el derecho a vivir su vida (cada uno) en este mundo de modo coherente con aquello que sinceramente piensa”. Y fruto de esos supuestos formula una apuesta a lo que llama el salto cualitativo de la democracia: “…que toda persona pueda vivir de acuerdo con su conciencia sin atentar nunca, por supuesto, a la libertad de nadie ni provocar daños a los demás ni a uno mismo”. Mas, esta apuesta por la evolución de la democracia se enfrenta en la actualidad a fuerzas que pulsan por su retroceso, e incluso por su anulación como modelo político, o el riesgo de vaciar la denominación política de los regímenes democráticos de su real significado.

Si la democracia en el siglo pasado en prácticamente todos los continentes fue cancelada en diversas ocasiones por sangrientos golpes de Estado o las pretensiones de gobernantes de prolongarse más allá de sus mandatos constitucionales, lo cierto es que los pueblos y muchos de sus dirigentes lograron, no sin grandes dificultades, retornar al cauce democrático, a veces luego de padecer décadas de tiranías.

Los riesgos de la democracia en el presente se ubican en dos direcciones: 1) Una suerte de cansancio de muchos pueblos por la democracia fruto de la corrupción pública y el incremento de la desigualdad económica y social. 2) La polarización extrema de los discursos políticos para movilizar las emociones de los votantes en base a consignas que no representan verdaderas necesidades de los pueblos. En torno a esos dos factores se articulan argumentos con etiquetas como: populismo, neofascismo, extrema derecha o socialismo del siglo XXI, entre otras, ante la falta de sentido de los tradicionales términos de derecha, izquierda, socialismo o democracia, y todas sus combinaciones.

Muchos de los nuevos liderazgos con discursos radicales centran sus propuestas en argumentos xenófobos, racistas, misóginos, con fuertes tintes aporofóbicos, y en algunos casos con argumentos nacionalistas vaciados de contenido social. Se busca inventar “un enemigo” que permita consolidar el respaldo de electores hacia un liderazgo con tintes de redentor frente al peligro imaginado. En algunos casos la misma democracia es presentada como el obstáculo a vencer. La democracia y sus valores se difuminan frente a apelaciones a la patria, el pueblo, la raza, la lengua o la religión.

La salud del modelo democrático está comprometida. Muchos actores políticos y sociales militan contra ella en la actualidad. Diversos integrismos confesionales pugnan por imponer sus criterios sobre naciones completas, rechazando militantemente otras creencias, priorizando lo emocional frente a lo racional. El desprecio por los emigrantes se convierte en bandera de lucha implicando el rechazo de la dignidad de todo ser humano. Las mujeres son sometidas a políticas públicas que afectan su salud física y mental y se levantan miles de obstáculos para su plena igualdad. Bajo las apelaciones al pueblo se excluyen las necesidades de las mayorías más empobrecidas. Los criterios fenotípicos y lingüísticos intentan anular el Estado de Derecho alcanzado por las democracias más desarrolladas. El autoritarismo se ha fortalecido por las medidas tomadas por casi todos los Estados para enfrentar la pandemia, signando a la democracia como incapaz de enfrentar peligros tan importantes para la humanidad. En síntesis, son muchos los enemigos de la democracia y pocos sus defensores.

Edificar y reconstruir la democracia demanda responder desde la misma democracia a sus detractores. Desde las experiencias de la familia y la escuela, pasando por los estamentos organizacionales medios de toda sociedad, convocando a las experiencias económicas y sociales, hasta llegar al mismo núcleo de la participación política y la sociedad civil, se debe promover y fortalecer la democracia como medio y fin, como mecanismo y objetivo, para una vida decente y plena de todos los miembros de la comunidad. Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia, con más reconocimiento de los derechos de todos los seres humanos y con un ejercicio lúcido de la política.

David ÁLVAREZ MARTÍN
Filósofo
Santo Domingo, República Dominicana
Enero de 2023

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