Señala el punto X de la Carta de la Paz dirigida a la ONU lo siguiente: “Un creciente número de países reconocen ya en la actualidad, que todos tenemos el derecho a pensar, expresarnos y agruparnos libremente, respetando siempre la dignidad y los derechos de los demás. (…) Las democracias, pues, han de dar un salto cualitativo para defender y propiciar, también, que toda persona pueda vivir de acuerdo con su conciencia sin atentar nunca, por supuesto, a la libertad de nadie ni provocar daños a los demás ni a uno mismo”.
Cuando creíamos que la democracia era un logro alcanzado por la mayor parte de la humanidad y que el resto de los pueblos que aún no gozaban de un régimen semejante era cuestión de breve tiempo para que lo lograran, vemos como en sociedades con largas tradiciones democráticas asisten a un cuestionamiento de ese sistema y sus valores. Recordamos como en enero del 2021 el Capitolio de Washington era asaltado por turbas movilizadas por el presidente Trump para impedir el reconocimiento del presidente electo Joe Biden. Y también Brasil, que luego del triunfo de Lula seguidores de Bolsonaro atacaron las sedes de los principales poderes del Estado en enero del 2022.
Movimientos de extrema derecha han debilitado las normas democráticas en varios países europeos, comenzando con el Brexit en el Reino Unido, y la conquista del poder en países como Hungría, Polonia e Italia. La guerra de Ucrania ocurre en ese contexto, ya que los actores de ambos extremos, Ucrania y Rusia están gobernados por dirigentes que no respetan el ordenamiento democrático.
Donde no han llegado a gobernar han ganado fuerza, como el caso alemán y recientemente en España, siendo un factor disolvente del reconocimiento de los derechos de muchos grupos, especialmente los migrantes, las mujeres y la comunidad LGBTQ. Los discursos de odio en las redes sociales y las manifestaciones partidarias generan un sentido común ascendente de que el reconocimiento de los derechos humanos no es para todos.
Hace pocas décadas las democracias europeas mostraban una solidez envidiable, mientras en América Latina pervivían regímenes dictatoriales o democracias limitadas en el poder de élites económicas. Hoy parece que el mapa se invierte y mientras Europa enfrenta una grave crisis de la democracia, al otro lado del Atlántico se fortalecen liderazgos democráticos con fuerte acento social, el último caso fue el de Colombia donde un presidente proveniente del espectro socialista ganó las elecciones.
En muchas encuestas aparece el convencimiento de jóvenes y adultos que prefieren gobiernos autoritarios pero que enfrenten los problemas de empleo, salud y educación. Grave baldón para la democracia que es presentada como un régimen impotente para modificar para bien las condiciones de vida de los más pobres y garantizar la estabilidad de las clases medias.
Esa percepción es errónea, ya que ninguna dictadura es garante del bienestar para las mayorías. Tenemos por tanto la imperiosa tarea de volver a defender y reconstruir la democracia, pero con un énfasis en políticas públicas que favorezcan el progreso material y espiritual, la equidad y la tolerancia. Ese es el salto cualitativo a que nos convoca la Carta de la Paz dirigida a la ONU. La democracia siempre es un proyecto en construcción y mejora, pero demanda la participación activa de todos para su preservación y desarrollo.
David ALVAREZ MARTÍN
Septiembre del 2023