Lazos de sangre

Lazos de sangre

¿Quién no ha escuchado o incluso utilizado, esta expresión para referirse a la relación entre las personas? A eso que nos vincula a un grupo de personas, muchas veces reducido. Lazos que a la vez nos unen, dando continuidad, con nuestros predecesores y descendientes. Son los lazos biológicos.

Cuánta literatura, películas y series se han dedicado al tema resaltando la fuerza de la sangre, relatando la historia de sagas familiares… Sin embargo, ello no es garantía de una buena relación, de armónica convivencia ni tan siquiera necesariamente de amor.

Más allá de la relación biológica (que no siempre está ahí), la familia es aquel núcleo afectivo que sustenta el desarrollo de todos los miembros y soporta, en especial, el cuidado y crianza de los más pequeños: niños, niñas y adolescentes o los más indefensos. Vínculos emocionales, razones de responsabilidad y de deber de atención. Y es en el núcleo familiar donde se puede aprender a relacionarse. Aprender a convivir desde el respeto, a valorar, a compartir, a amar… aprender a convivir desde la libertad.

Visto lo cual, tal vez sería más apropiado poder decir que establecemos relaciones —también familiares—, en base a los lazos de amor.

No conocemos a todas las personas, pero con todas compartimos lo básico,
No conocemos a todas las personas, pero con todas convivimos y compartimos lo básico.

La convivencia social

El ser humano vive en sociedad y desarrolla relaciones ya sean de amistad, de trabajo, comerciales, por aficiones o incluso por intereses. La persona es sociable y de la familia biológica pasamos a un concepto más amplio que es la familia de existentes, con los que compartimos el aquí y ahora. Es este, otro lazo familiar —ser hermanos en la existencia— que puede ser un signo de identidad y guiarnos al configurar nuestras relaciones sociales.

La con-vivencia con las otras personas con las que compartimos una misma tierra va más allá del conocimiento concreto de cada una de los 7550 millones de personas que hay en el mundo. Es más lo que nos une que las diferencias que pueda haber. Nos une la base sobre la que construimos, desarrollamos, nuestra vida, ¡existimos! Y todo aquello que deseo y considero bueno para mí y mi entorno, lo quiero compartir con mis hermanos. Compartir el aire y el agua, la tierra y sus recursos, también el mutuo respeto, los derechos (y deberes), la dignidad…, la vida.

Pero la convivencia, en su práctica, es frágil tanto en su construcción como en la conservación. Por ello, se requiere estar siempre alerta en la convivencia diaria, ya sea entre las personas que se cobijan en una misma casa o que se encuentran en la calle, se sientan en el mismo autobús o coman juntas el bocadillo en la pausa del trabajo. Dispuestos a aportar elementos facilitadores de la convivencia: diálogo, comprensión, aceptación, a poner paz.

Elena GIMÉNEZ ROMERO
Periodista
Barcelona
Abril 2019

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