Convivencia en la discrepancia

Convivencia en la discrepancia

Para hablar de convivencia en la discrepancia parto de una base, en la que reconozco que en las actuales democracias occidentales puede darse una sutil dictadura de la mayoría. Y que, para superar este escollo, se ha de posibilitar en ellas que todos los ciudadanos de una misma nación puedan vivir y organizarse simultáneamente conforme a sus convicciones políticas.

Ejemplo religioso

La religión cristiana lleva ventaja a la política en este aspecto. Por tanto, nos puede servir de ejemplo.

Al final del medievo se dieron las guerras cristiano-islámicas denominadas “Cruzadas”. Ya en la edad moderna, Europa padeció guerras de religión entre bandos cristianos. Alcanzada en este continente la paz religiosa, se ha seguido un largo y laborioso proceso hasta que, por parte de los católicos, durante el Concilio Vaticano II se ha proclamado la libertad de conciencia, en materia religiosa, y de actuación según esa conciencia. Ciertamente, un paso de gigante, dado además por una religión que se manifiesta revelada.

«Se ha de posibilitar que todos los ciudadanos de una misma nación puedan
vivir y organizarse simultáneamente conforme a sus convicciones políticas.»

En la “cosas política” hemos de ser intelectuales sí, pero humildes y saber recibir por ello, el ejemplo clarificador de allá de donde provenga. Ya es hora de que acaben las dictaduras, las marginaciones, los conflictos y las guerras causadas por el diferente pensar político. Si una religión, que nada menos cree que sabe en creencias reveladas, rechaza los forzamientos e imposiciones a otros círculos y proclama la libertad de conciencia en materia religiosa para toda persona, y el vivir coherente con ella, la política no puede menos de sentirse interpelada.

En la vida política

¿Cómo aplicar este ejemplo de tolerancia y convivencia, de dignificación de toda persona humana? ¿Han de apartarse unos de otros quienes tengan convicciones políticas distintas?¿Han de emigrar, y así reunirse en alguna otra nación, quienes quieran vivir con un mismo programa organizativo?

¿El cénit de la democracia es acaso que los que vivan en un mismo territorio tengan pensamiento político uniforme? Ya se ve que esto nos conduciría a la incomunicación, y, la última expresada vía, a un aborregamiento monocolor y empobrecedor. Es ciertamente inhumano todo ello, aunque no por eso, han dejado de padecerla tantos millones de expulsados y refugiados políticos.

Cinco medios de transporte

El salto cualitativo que se avecina para las democracias suscitará multitud de problemas que compete a los políticos plantear y tratar de resolver.

Sirvámonos de un ejemplo. Una persona, hoy día, para trasladarse puede elegir hacerlo de diversas maneras, desde ir a pie hasta viajar en avión; y, también puede ir en tren, en autobús, en coche de servicio público o particular, en bicicleta, en cabalgadura o incluso en barco si está en la rivera de un río, o por el mar. Las varias posibilidades de viajar coexisten sin estorbarse. Están entrelazadas sin confundirse. Y pueden ser elegidas voluntariamente conforme el gusto, necesidad y conveniencia de la persona que va a viajar. Como también puede decidirse a no viajar.

En la nueva época democrática que planteamos, las agrupaciones políticas -llámense partidos o como se decida llamarlas- tendrán reconocida la capacidad, no solo de pensar y propagar un determinado ideario modo de vida, sino además de ejercerlo en toda circunstancia.

Cada grupo podrá organizarse a su manera -coherentemente con su pensar- la educación, la familia, la sanidad, el trabajo, la cultura y el arte, el ocio, etc., de los que se integren en él. Por ejemplo, la hacienda general de ese país debería transferir un tanto por ciento de lo recaudado a cada agrupación política en función del número de componentes que la integren, o permitir que ésta lo recaude directamente de sus componentes. Y así en otros campos.

Ventajas

Numerosas ventajas se perciben enseguida. Por ejemplo: una agrupación política no necesitará prioritariamente de un número competitivo de integrantes, cuanto mayor sea, mejor, a fin de intentar llegar a gobernar, como ocurre en las democracias actuales en las que prima la cantidad de afiliados del partido en detrimento de la calidad del mismo. Solo es necesario que asocie el número suficiente para existir digna y saludablemente. Así se evitará la proclividad de hoy, de deformar, de ensanchar elásticamente, de tergiversar el propio programa político a fin de “captar” votos para “vencer” en las elecciones.

Al contrario -y ésta es una segunda ventaja- los participantes en un grupo se habrán adscrito a él o en él permanecerán, no en base a un improcedente acto de fe que se exige al conocer los programas electorales solo en teoría, en cuanto promesas electorales, sino que su adscripción o permanencia se basará en la experiencia personal de los resultados. En este salto cualitativo de la democracia, el Estado ha de garantizar tanto la libre integración de cada persona en un grupo político de vida, como la salida del mismo, al igual que el libre adscribirse a otro, cuando lo desee.

«Cada grupo podrá organizarse a su manera
-coherentemente con su pensar- la educación, la familia,
la sanidad, el trabajo, la cultura y el arte,
el ocio, etc., de los que se integren en él.»

Una tercera ventaja, nada desdeñable tampoco, es evitar la pérdida de esfuerzos, energías, materias primas, etc., que se produce en el estadio actual de la democracia, al tener que haber, de hecho, la “oposición”. Sin olvidar los aspectos positivos que actualmente esta aporta, sin embargo, la oposición está abocada a frenar la buena marcha del país que pudieran llevar los gobernantes. Pues, de colaborar plenamente con ellos, estos continuarían gobernando indefinidamente, cosa que la “oposición”, como es lógico, no quiere. Es algo tan contradictorio como acelerar el motor de un vehículo y a la vez frenarlo. Es como poner bastones en las ruedas. ¡A qué derroche y dilapidaciones estamos abocados hoy día, por establecer un solo sillón de mando y querer uniformar los modos de vivir de todos los ciudadanos de un país o estado! Peor aún, ¡cuántas enemistades y sufrimientos entre las personas por este motivo!

La convivencia

En los deportes se da el peligro de que quienes empiezan siendo rivales acaben siendo enemigos. A la vista está la conflictividad entre los aficionados furibundos de los equipos.

En el estado actual de la democracia ocurre también que, como se “juegan” los puestos de gobierno, de los parlamentos, el prestigio, determinados privilegios, a veces los propios puestos de trabajo, etc., es fácil que se pase también de la rivalidad política a la enemistad. Aquí también ¡cuánta energía malgastada por las zancadillas profesionales, las “oposiciones” políticas, las competitividades económicas, los odios ideológicos y culturales, etcétera!

Servir la paz

Es grave constreñir la libertad de pensamiento. Pero aún causan más levantamientos y desencadena revoluciones, el coartar la libertad de acción.

Este salto cualitativo hacia una nueva democracia en mayor libertad facilitará que, al ser respetada la persona precisamente en su libertad de vivir coherentemente con sus criterios políticos, haya más paz y convivencia.

En efecto, este salto cualitativo de la democracia hacia lo que podríamos denominar “democracia en libertad”, responde adecuadamente al ser y a la esencia de la persona humana, que, aun siendo limitada, es libre, es única e irrepetible y debe vivir lo más coherentemente consigo misma, su única vida en la tierra.

Juan Miguel GONZÁLEZ FERIA
Artículo publicado en RE 28-29

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