Paz en la Patagonia

Paz en la Patagonia

A 35 años de un acuerdo que logró la paz en la Patagonia

Hace unos años publiqué un libro que recopilaba diversas historias de paz en la Patagonia Austral. La excusa fue recordar el 25° aniversario de la firma del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile, que tuvo lugar en 1984.

El trabajo consistió en recopilar historias que surgieron en esa época y a posterior, pero lo más importante era rescatar esos testimonios de paz que son dignos de publicarse, y muchos de los cuales permanecían sólo en el recuerdo y en el corazón de sus protagonistas.

Durante el proceso de redacción se revisaron algunas de las publicaciones referidas al litigio, tanto argentinas como chilenas, intentando mantener una imparcialidad necesaria para poder describir qué fue lo que pasó, más allá de la postura de cada una de las partes. Sin embargo el ejercicio fue de difícil realización, pues el material siempre estaba teñido por los intereses y puntos de vista de cada uno de los autores, sean chilenos o argentinos. Fue muy interesante leer cómo ambas partes argumentaban siempre su interés supremo por la paz, pero a la vez fortalecían la idea de que la soberanía sobre el territorio en litigio era indiscutida, “aunque cueste lo que cueste”, como citaban algunos.

Luego de un arduo proceso y gracias a la intervención de S. S. Juan Pablo II se logra el tan ansiado acuerdo de paz. Sin embargo aún hoy resuenan aquellos hechos en la memoria de quienes tuvieron un fuerte protagonismo, como también en quienes sin conocer ningún detalle, se preguntan –entre otras cosas– por qué en el camino desde Monte Aymond (Argentina) a Punta Arenas (Chile) hay sectores que aún figuran como “campos minados”. Esas minas aún hoy no han sido retiradas y son fiel testimonio de la casi guerra que estuvo a punto de librarse en la región austral.

Encuentro de paz

Muchos testigos de esa época afirman que ambos países estuvieron a pocas horas de entrar en una guerra que hubiera sido de impensadas consecuencias. En esta región austral la Cordillera de Los Andes no está. Sólo apenas algunas elevaciones intentan separar lo que la gente no hace.

Pero la guerra era el objetivo de dos gobiernos militares que querían perpetuarse en el poder, y justificaban una discusión limítrofe para intentar demostrar la superioridad militar sobre el otro.

En el libro también se describió el pensamiento sobre la paz que tenía y enseñó el Obispo Miguel Ángel Aleman en los años en que se desempeñó como pastor de la Diócesis de Río Gallegos. También se hizo referencia al pensamiento y la opinión de un gran amigo suyo y compañero durante su labor episcopal: Monseñor Tomás González (obispo de Punta Arenas). Ambos obispos, desde el extremo austral americano, enseñaron que el valor de la paz entre ambos pueblos hermanos está por encima de cualquier controversia territorial. Ambos tuvieron además una influencia muy importante a fin de conseguir la mediación papal en el conflicto de 1978, y luego –junto a sus comunidades– a través de la oración lograr el acuerdo de paz de 1984.

La Carta de la Paz dirigida a la ONU nos invita a dejar de lado los resentimientos ya que ninguno de nosotros tiene responsabilidad en los hechos ocurridos en la historia por la sencilla razón de que no existíamos. A pesar de ser tan reciente –el conflicto entre Argentina y Chile fue en 1978– han pasado ya más de 40 años y muchos de sus responsables hoy no están.

¿Qué podemos hacer para terminar con estos resentimientos? Vuelvo a citar el texto de la Carta de la Paz dirigida a la ONU, cuando nos invita a ser hermanos en la existencia. “Si no existiéramos, no podríamos siquiera ser hermanos consanguíneos de nadie. Percibir esta fraternidad primordial en la existencia, nos hará más fácilmente solidarios al abrirnos a la sociedad”.

¿Tanto nos cuesta entender este punto? ¿Por qué es tan fuerte ese desprecio o antipatía hacia el vecino si todos compartimos la existencia? Hasta cuando realizamos un acto de donación de sangre, siendo del mismo grupo y factor, puede ser utilizada por otros seres humanos, sin distinción de razas o país de origen. Quiere decir que los hombres y mujeres de este mundo compartimos características similares. Sólo que algunos nacimos de un lado de la cordillera de los Andes, y otros del otro lado.

Esa división no debe ser causa o motivo de discordia, sino que debe permitir la reflexión para revertir esta situación y facilitar la acción conjunta entre los pueblos. Gente que en otros puntos, como en la Patagonia, vive mucho más integrada que en otros sectores, que tiene raíces familiares de un lado y del otro. Que comparten historias, amigos, anécdotas, pero sobre todo comparten una condición, la de ser humano, la de existir. Y esto ya es mucho.

Alfredo FERNÁNDEZ CAPEL
Periodista
Rio Gallegos (Argentina)

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