Punto de partida

Punto de partida

Existencia es la base donde apoyarnos para desarrollar, con esfuerzo y tesón, una convivencia libre y pacífica.

Los hechos

Imaginemos una playa en la que una gran ola arroja a la orilla innumerables caracolas recién nacidas, de diversos tipos, tamaños y colores. Todas llegaron a la playa casi a la vez. Están allí sin que nadie les pidiera permiso; han de convivir más o menos cercanamente, y ninguna tiene mayor derecho que las demás a estar en la playa. De pronto empiezan a contemplarse unas a otras con perplejidad en sus particularidades y diferencias. Pero el hecho de coexistir en esa playa, en ese momento, les brinda ya una plataforma básica de encuentro.

«Esta fraternidad primordial nos abre las puertas
a la conciencia de que cada ser humano tiene en sí mismo
igual dignidad que yo, ni más ni menos.»

Los seres humanos que hoy habitamos el planeta azul somos fruto de la misma “ola” de la historia. El complejo entramado de los acontecimientos ha dado como resultado unas personas concretas que coexisten en el mismo momento histórico. Si bien somos distintos, cada uno único e irrepetible, tenemos en común el máximo bien fundamental: existimos. Cada uno es él mismo, y a la vez sustancialmente igual a los demás en las coordenadas básicas de la existencia: nadie pidió existir; empezamos a existir en un momento dado, pudiendo no haber existido nunca. Todos también tenemos nuestra muerte. El poeta mexicano Gabriel Zaid lo expresa en las palabras que desea poner en su epitafio: “Murió, reconciliado con el misterio de haber nacido”.

Al contemplar a los contemporáneos en sus particularidades y situaciones diversas, podemos reconocerlos como “hermanos en la existencia”, es decir, unidos a nosotros por el vínculo básico de los que compartimos el sorprendente hecho de ser, habiendo tantos millones de posibilidades en contra. De otra “ola” habrían nacido otros. Y resulta que precisamente nosotros estamos aquí.

Es sabido que entre interlocutores que no se conoce es más fácil establecer un diálogo cuando se tiene algo en común: aficiones, trabajo similar, etc. Tomar conciencia -ojalá con gozo- de esta plataforma común de la existencia, aporta una plaza abierta de diálogo y de encuentro entre las personas.

Para empezar a caminar

Ser conscientes de esa fraternidad es tan solo el principio. Es un punto de partida, seguramente el mejor, para iniciar el camino de una convivencia libre, pacífica, solidaria, dinámica. Porque este reconocimiento no nos lleva a una ilusa suposición de que sea fácil convivir con esos hermanos que me he encontrado coexistiendo en el mundo. Saberlos hermanos no garantiza la armonía, ni la mutua comprensión, aunque ello ofrece muchos elementos para lograrlas. Se requiere trabajo, tesón, paciencia.

Descubrir y valorar el inmenso tesoro que compartimos con todo ser humanos -existir- es ya haber dejado atrás el tribalismo más primitivo, en que se asesinaba a todo aquel que no formaba parte del propio clan. También se evita una terrible fantasía, estudiada por los psicólogos sociales, que se extiende como la peste durante las guerras. Consiste en reducir al otro a la categoría de animal o de cosa; se le despersonaliza, y al alejar de la propia conciencia el hecho de que ese otro es un hermano, él o ella, no intercambiable por ningún otro, se da pie a los actos más inicuos de sadismo y tortura.

Esta fraternidad primordial nos abre las puertas a la conciencia de que cada ser humano tiene en sí mismo igual dignidad que yo, ni más ni menos; es, en cierto modo, “otro yo” con quien tengo que contar para construir el presente y el futuro. Un posible interlocutor -si ambos lo deseamos libremente-, para apreciarnos, entendernos y aprender a trabajar conjuntando energías.

Leticia SOBERÓN
Publicado en RE 45

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