Una buena idea siempre tiene un gran valor, pero las ideas solas no sirven de mucho si no hay personas que las elaboran, las practican, las convierten en vida. Durante mucho tiempo, siglos, la sociedad, ha valorado mucho las ideas y a las personas por sus ideas. Así es que muchas guerras se han basado en ideas o han disfrazado sus pugnas en ideas. Se ha matado por las ideas, se ha perseguido por ellas, se han robado ideas y aunque sigue sucediendo, a su vez, afortunadamente, hay personas y culturas, que optan por fijar sus objetivos en el trabajo comunitario, en la promoción de las personas y prefieren avanzar al ritmo del que corre menos para llegar juntos, más que en el brillo ideológico. Así, ya no es tan mal visto como hace unas décadas cambiar de ideas y de hecho, se lee como evolución y hasta humildad.
El conocido brainstorming o lluvia de ideas, es una herramienta de trabajo que ayuda en los procesos creativos y que logra levantar una idea o concepto a partir de muchas lanzadas entre varias personas sin filtro y sin juicios. Así a partir de aparentes disparates, se va dando forma a una posibilidad concreta y distinta. El brainstorming tiene la genialidad de que nadie es el dueño de la idea final y todos lo son, porque en el proceso se ve cómo de una palabra o concepto se pasa a otro y de manera casi espontánea, emerge lo construido entre todos. ¿Qué es lo importante en ese caso?, no la idea, sino el proceso y la participación de todos. Y además es divertido.
Muchas entidades, basan parte de sus dinámicas en procesos constructivos en conjunto. En los equipos de trabajo, aplican herramientas y estilos de liderazgo para facilitar que todos participen y logran que desentone quien pretende lucirse o desmarcarse individualmente. Los procesos participativos no pretenden incorporar la opinión de todos, por lo menos no de manera pura, además no sería realizable, pero sí lo es que sean parte del proceso y sepan que lo son, así se gana también en compromiso. Ello implica destinar horas, tiempo, energía, a las personas, al equipo.
Optar por las personas significa observar los procesos, asegurar la comunicación, cuidar y escuchar las situaciones que les acontecen. Después de un autocuidado o de una jornada de distensión, surgen iniciativas fructíferas, aparecen habilidades y liderazgos distintos, se fortalece la confianza. El trabajo colaborativo no necesita que todos piensen igual, ni tengan buenas ideas, sino que entre todos salga lo mejor de todos con un mismo proyecto y por lo tanto conocer y compartir el proyecto. Lo lamentable es que muchas veces esta construcción compite con la aparente rentabilidad y parece que tenga que ser o una cosa u otra.
Democracias participativas
Los sistemas democráticos se han empobrecido al relegar la participación a emitir un voto. Para dar un salto cualitativo hay que aprender a ser colaborativos, a trabajar juntos, a estar dispuestos a escuchar y cambiar el paradigma, a “perder” en mi “verdad” para dar paso a un proyecto común construido y compartido sinceramente por quienes se hacen parte o son invitados a participar.
Aprendizaje colaborativo
En educación, se duda cada vez más del aprendizaje a partir de los textos y no digamos de la memorización, que se valora como una parte del proceso de aprendizaje de una persona, pero no como absoluto. Es muy importante la interacción con otros, la conversación, la escucha, la construcción de preguntas, la búsqueda, el ensayo, el proceso y que ello forme parte de la malla programática, que esté incorporado.
La imagen del docente impartiendo desde la pizarra y jóvenes alumnos tomando notas para estudiar posteriormente lo que se le ha dictado está muy cuestionada y no agrada a ninguno de los actores. El profesor no puede ser más la fuente casi exclusiva del aprendizaje del estudiante, quien aprende más en el trabajo con pares y teniendo experiencias significativas, que por cierto, sí requieren de personas expertas que las acompañen y evalúen. Estas personas que guían, necesitan también acompañamiento y mucha inversión en tiempo para ellos, para contrastar, desconstruirse, reinventarse y crecer con otros en un ambiente de confianza.
Un buen profesor no es solo. Hay excepciones, seguramente todos hemos tenido algún profesor o profesora que memoramos por siempre por su capacidad de ver más allá y generar las condiciones para que sus aulas se conviertan en lugares seguros, alegres y exigentes. ¡Los buenos profesores! Pero la verdad es que ese mismo profesor en otro lugar, o en circunstancias distintas posiblemente no brillaría de igual manera. Sin menoscabar a los buenos profesionales e íntegras personas, es injusto pedir que todos sean héroes, genios o magos. El facilitador de aprendizajes necesita un ambiente de confianza y pares con los que se estimule, que puedan evaluar y ser evaluados a su vez por él. Hoy, el educador, es una persona que se trabaja continuamente.
El maestro, profesor, docente… es un facilitador, tiene que trabajar también en equipo con otros facilitadores y parte fundamental de su trabajo es estar atento al proceso de los jóvenes que bullen elaborando. Este maestro, posiblemente devenga un adulto referente con algunas características del que antaño recibía a los aprendices de oficios y se encargaba de que conocieran el proceso desde el origen hasta el deceso. No es lo mismo, pero hace reflexionar.
El facilitador, el educador, el profe, hoy no se entiende sino en un sistema y en un equipo que forma parte de un proyecto común en el que sea posible cuatro situaciones:
-reflexionar el paradigma educativo de manera periódica;
-crecer en competencias y aprendizajes;
-diseñar proyectos (no impartir asignaturas)
-implementar estos proyectos.
Son cuatro tareas que no se pueden realizar sin otros, sin un proyecto, sin un sistema. También los jóvenes necesitan de este sistema, porque construyen sentido juntos y todos son necesarios, cada uno tendrá unas habilidades, pero todas juntas logran objetivos que les permiten ser parte, elaborarse, trabajarse, crecer. El proyecto es el que es porque las personas son las que son, con otras personas, el proyecto es otro.
Las escuelas donde se practica el aprendizaje colaborativo generan comunidades y estilos de convivencia donde más que competir se suman las habilidades de los otros y juntos se logran objetivos. Invertir en aprendizaje colaborativo es parte del salto cualitativo que las democracias deben incorporar.
Cuadro de la Escuela de Aprendizaje Colaborativo de Fundación Sepec: www.fundacionsepec.org
Elisabet JUANOLA SORIA
Periodista
Santiago de Chile
Julio de 2019