El confinamiento obligado pone a dura prueba la paciencia de las familias y personas que habitan una casa. La convivencia hace que se noten más las diferencias de ritmo, de enfoque, de prioridad, que las personas dan a cada aspecto de la vida. Estas diferencias, casi imperceptibles cuando nos vemos solamente al final del día, adquieren ahora protagonismo y producen roces y hasta discusiones.
En este momento es importante la ternura, que manifiesta benevolencia, aceptación, cordialidad, acogida. La ternura es el aceite del motor en la convivencia: facilita que cada miembro de la familia se mueva y realice su tarea con más facilidad. Pero como no podemos expresar todo esto con la cercanía física, la mano que acaricia, el abrazo o el beso, hay que expresar ternura a dos metros de distancia.
Aquí entran en juego tres grandes recursos: la mirada, la voz y la escucha.
Los ojos son extraordinarios comunicadores. El modo como miramos a los otros les refleja nuestras actitudes de fondo hacia ellos: el esquivar la mirada es signo de que algo no va bien en la relación, y no digamos la mirada de enfado, desprecio o ira. Pero si la mirada es tierna, acogedora, la persona lo nota. Es como si le envolviera un manto de cariño sin palabras.
También la voz es un vehículo muy eficaz para los sentimientos. La voz chillona, estridente o prepotente, genera una reacción defensiva y termina ignorándose. Una voz serena, afectuosa sin artificios, ejerce un efecto pacificador en los ánimos.
La escucha es más que ejercitar el sentido del oído. Es prestar atención a lo que la otra persona quiere decirnos, incluso aunque no lo exprese con palabras. Escuchar es clave para mantener la vida en común con una calidad auténtica. Escuchar es una forma de expresar afecto.
La ternura tiene que ser auténtica: nacer realmente desde el corazón, para hacer de la convivencia en este confinamiento un motor bien engrasado y una ocasión para crecer juntos.
Leticia SOBERÓN MAINERO
Psicóloga y doctora en comunicación
Madrid, Abril 2020