La percepción subjetiva de la imagen corporal y la autoestima profunda
Referirnos a la percepción de la imagen corporal inevitablemente conecta con la imagen que nos devuelven los espejos. Por una parte, el espejo no únicamente en el concepto de espejo físico en el que nos miramos a diario para arreglarnos, sino también aquel tipo de espejo en el que se percibe la imagen de la propia identidad. Así de esta forma interactúa la imagen que el espejo real nos devuelve con el espejo interior que tiene que ver con la percepción subjetiva de cada uno de nosotros, y no siempre los dos devuelven la misma percepción. En esta dialéctica entre el espejo real y el espejo subjetivo se establece la concordancia o disonancia de la propia imagen del cuerpo real que podemos tocar y que analizan los médicos cuando es necesario. El cuerpo real está conectado al cuerpo emocional, prueba de ello es que determinados estados emocionales pueden afectar al organismo y se pueden somatizar las emociones poco elaboradas psicológicamente y que el inconsciente registra.
Así pues, la imagen que percibimos del propio cuerpo tiene mucho que ver con la autoestima profunda, no con una autoestima superficial que solo contempla la adecuación o inadecuación a unos cánones sociales establecidos, lo que a menudo se llama tener «una buena presencia», sino que tiene que ver con la aceptación global y profunda del ser en toda su dimensión; la esencia de la identidad personal, con el conjunto de creencias, criterios, valores, aprendizaje vital, afán de superación, recorrido vital, limitaciones, etc., siendo conscientes que estamos siempre haciendo un camino evolutivo en el cual los errores y los fracasos forman parte también del proceso de crecimiento personal.
Una parte del discurso social nos muestra imágenes de cuerpos ideales: publicidad, series de TV, revistas del corazón, moda… Pero en el mundo real la diversidad de cuerpos es tan múltiple como la diversidad de las personas. Estas imágenes sociales ideales, que actualmente se dirigen también a los hombres como posibles consumidores. Pero sabemos que la presión tradicional está ejercida hacia las mujeres y hacia las todavía niñas hasta el punto que muchas madres se quejan de no encontrar en las tiendas ropa infantil a partir de los ocho o nueve años de edad para sus hijas, favoreciendo así la precocidad desconectada de la etapa evolutiva; a veces se pueden observar niñas con tacones o maquilladas para ir por la calle o al colegio sin ser precisamente carnaval. Son manifestaciones de este estado de cosas. Las cirugías estéticas para modificar el volumen del pecho en adolescentes u otro tipo de modificaciones quirúrgicas innecesarias, especialmente en etapas vulnerables del desarrollo, son otro ejemplo de estas influencias que conducen a la no aceptación del cuerpo tal como es y a la idealización de un cuerpo estándar. Esta situación patológica se puede considerar un síntoma social, que asociada a posibles conflictos emocionales, puede dar lugar a trastornos en la alimentación en preadolescentes, adolescentes o también en la vida adulta.
Un ejemplo ilustrativo: una niña a la que llamaré Ingrid, para preservar su identidad, de trece años, se pasaba horas en los probadores de ropa poniendo a prueba la paciencia de su madre, ya que ninguna pieza de ropa le parecía que le quedaba bien, con todas se sentía «fea y gorda» según sus propias palabras, y acostumbraba a volver a casa, después de toda una tarde de tiendas, sin haber adquirido nada. Esta misma jovencita que hacía psicoterapia en mi consulta, le confesaba a su tutora que no se gustaba y ésta profesional, con toda su buena fe para ayudarla, le recomendaba que se situara delante del espejo y se dijera cada día a sí misma: «soy estupenda y soy guapa», pero a pesar de estos esfuerzos, el espejo siempre le devolvía la imagen subjetiva de ella misma, una imagen desvalorizada que no tenía que ver únicamente con su cuerpo físico real, sino con la falta de autovaloración personal profunda en otras áreas de su personalidad como, por ejemplo, el no convencimiento de su potencial creativo, cognoscitivo, capacidad empática hacía los demás, etc., ya que no podía ni destacar tres virtudes suyas cuando se le preguntaba al respecto. Conforme pudo ir superando la percepción distorsionada de sí misma en otros aspectos, en paralelo pudo, también de forma progresiva modificar la imagen corporal.
El concepto de salud, evidentemente, ha de contemplar la salud corporal y esto quiere decir que si hay sobrepeso excesivo que puede afectar a la salud personal se deberán tomar medidas al respecto, al igual que pasa con un peso por debajo de lo recomendable. Esto tiene que ver con cuidarse sin obsesiones, quererse de forma sana y no depender de determinados ideales de belleza impuestos desde el exterior.
El primer espejo que encuentra un recién nacido es la figura materna que le devuelve el sentido de su existencia como sujeto diferenciado. A los seis meses aproximadamente aparece lo que se define en la literatura especializada como la «etapa del espejo» o «alegría delante del espejo»; el niño se alegra cuando encuentra su imagen reflejada y esta alegría tiene que ver con el reconocimiento de su nueva identidad, la base del «yo». Esta misma aceptación y satisfacción del hecho de vivir es la que debemos reencontrar a lo largo de la vida en sus diferentes etapas y no se trata de un narcisismo patológico, es necesario aclararlo, sino de celebrar la propia existencia.
Gemma CÁNOVAS SAUS
Psicóloga Clínica-Psicoterapeuta
Publicado originalmente en RE catalán núm. 98