Salgo de mi confinamiento y me voy a confinar durante doce horas con los más confinados.
Me pongo un mono blanco, un gorro blanco que me cubre el cabello, una mascarilla que distorsiona mi voz, guantes, una careta de plástico, una bata plástica y entro en la habitación. Sus ojos se quedan en mí. Su cuerpo luchando se queda en mí. Me quedo también en sus ojos. De duda y miedo. Ambos nos contenemos en esos minutos que dura la comida. Trato de hablar claro, de infundir paz. Pero qué pueden mis palabras detrás de este disfraz, de esta empatía que casi me rompe por mi propio miedo.
-¿Te gusta mi disfraz?
-Sí…
-Estoy haciendo pruebas para el carnaval.
Sonreímos.
Respirar. Retirar el equipo. Paso a paso. El protocolo. Y cambiar de habitación. A otros ojos, a renovar la esperanza cuando abras otra puerta. Sin tiempo para llorar por los padres y por los hijos de esta grieta llamada Covid19. Escucho a la enfermera de lejos: habitación 41 y 42 también positivos.
*Microrrelato que forma parte del libro «Papá, ¿me explicas un cuento de boca?».
Fernando BUSTAMANTE ENRIQUEZ
Periodista
Vilafranca del Penedés (España)
Julio de 2020