La pandemia del Covid-19 ha puesto en cuestión a nivel planetario todos los aspectos de nuestras expresiones culturales, políticas y económicas, y generando muchos factores que atentan contra la paz. Aunque no hemos salido de ella, es importante destacar algunos rasgos que son preocupantes y ponderar acciones para sanar y cuidar a toda la comunidad. Si de algo debe servir esta situación, es para aprender y mejorar como individuos y sociedades.
Confinar a las familias e individuos en sus casas por horas o días completos literalmente disuelve los patrones de la cotidianidad en la vida pública y genera grandes presiones sobre la vida íntima. En aquellos hogares donde las mujeres y niños sufrían de violencia antes de esta pandemia, la situación de encierro lo ha incrementado y en casos donde no existía, lo ha generado. Nos falta mucho aprendizaje para vivir una experiencia familiar donde todos los miembros sean respetados y cuidados. La caseidad es tarea pendiente.
Los Estados están ampliando sus poderes y control de sus sociedades bajo el argumento de que la enfermedad demanda niveles de restricción sobre la movilidad de las poblaciones, exigiendo la aprobación de leyes de excepción. La deducción lógica es que no se considera a la democracia y la participación ciudadana como espacios necesarios para afrontar las crisis de salud. La apelación al autoritarismo devela en nuestra cultura política, el supuesto de que en último término las libertades son concesiones que nos brinda el Leviatán y que pueden ser retiradas bajo ciertas premisas. La antropología de fondo a esta visión es en extremo pesimista.
La suspensión de la actividad económica muestra fenómenos que regularmente están ocultos. Primero la inmensa cantidad de formas de trabajo que son altamente precarias e informales, que ha colocado a millones y millones de individuos en la indigencia. Segundo, se destaca el incremento de las fortunas de la minoría más rica aunque la actividad productiva está detenida o ralentizada. ¡Luciera que el dinero se reproduce a sí mismo! Un tercer aspecto es que todos los Estados, bajo la excusa de socorrer a las poblaciones desempleadas y vulnerables, están tomando créditos a niveles mayúsculos. El futuro está siendo comprometido y consumido en el presente, siempre a cuenta de los ciudadanos y ciudadanas que pagan impuestos.
En el continente americano el liderazgo político de tres de las grandes economías y gobiernos de la región han sostenido posturas negacionistas sobre la existencia y efectos de la enfermedad. Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y López Obrador en México han cuestionado de muchas maneras comprometerse con medidas como el uso de cubrebocas o el distanciamiento social para prevenir la difusión del virus. El resultado es que Estados Unidos es el país a escala mundial con más cantidad de fallecimientos, le sigue Brasil en segundo lugar y México en cuarto, únicamente superado por la India que está en el tercer puesto. Posturas populistas en las democracias pueden provocar gran cantidad de muertes.
La educación formal en todo el mundo fue detenida y luego continuada por vías virtuales. Esto abre la brecha entre niños y jóvenes con acceso a dicha tecnología y los que no tienen esos recursos. El gran debate actual es cuándo comenzar la escolaridad presencial que, con todas las previsiones de bioseguridad, pueden convertir cada aula en un foco de contagio entre los estudiantes y sus familias. Tres retos se abren: El acceso a Internet sesga la población escolar entre los que pueden y los que no pueden usar herramientas virtuales; la educación virtual no es capaz de incluir la experiencia social que genera la presencialidad, y en tercer lugar iniciar las clases presenciales es un riesgo muy alto. No hay una opción ideal.
Estos cinco aspectos esenciales que devela la pandemia, sin mencionar la cuestión del acceso a servicios de salud de calidad, dirige nuestra mirada a muchos problemas previos que se han magnificado con la presente situación. Ni podemos volver a la situación anterior, causante de muchas de estas falencias, ni podemos mantener la situación presente; estamos por tanto, obligados a crear nuevas realidades familiares, políticas, económicas y educativas que fortalezcan la dignidad de cada ser humano y el valor de las comunidades, ese el camino de la paz.
David ÁLVAREZ MARTÍN
Filósofo
Santo Domingo, República Dominicana
Septiembre de 2020