La pandemia de la indiferencia

La pandemia de la indiferencia

Foto: Javier Bustamante

Estoy cada vez más convencido que el mayor pecado de nuestro tiempo no es la maldad sino la indiferencia, a la maldad puede que se le vea venir y hasta en algún caso podemos protegernos de ella o minimizar sus consecuencias, sin embargo, la indiferencia es invisible, actuar desde la indiferencia desde luego produce víctimas.

En el siglo pasado se vivieron tres guerras desbastadoras, dos de alcance mundial y una fraterna, localizada en España, estos hechos motivaron que líderes políticos se plantearan la construcción de una sociedad que se fundamentara bajo dos conceptos, democracia y derechos humanos, propiciando una estructura social más inclusiva que se denominó estado del bienestar.

Con el paso de los años estas catástrofes se han ido olvidando de manera que hacia las nuevas generaciones se ha ido colando un tipo de pensamiento que ha ido parcelando un individualismo, que ha ido levantando barreras y muros físicos e ideológicos aludiendo a cuestiones geográficas, étnicas, culturales, económicas, históricas, idiomáticas, a la vez que se han ido eliminando las fronteras financieras creándose lo que se ha llamado mercado global, es esto un ídolo que exige servidumbres y sacrificios que obliga a que seamos capaces de aislar al ”otro” que dejemos de considerarlo como hermano, para convertirlo en nadie o en todo caso en alguien que me invade y hasta me contamina con sus problemas.

Este si es un maléfico virus que nos ha ido invadiendo durante el último lustro y frente al que tenemos que aplicar el que puede que sea el único antídoto eficaz una espiritualidad viva y real; no digo religiosidad sino espiritualidad, es decir vivir de acuerdo a unas actitudes donde predominen el respeto, la igualdad, la solidaridad, es decir una vida donde reconozcamos al otro como hermano en igualdad de derechos y de obligaciones.

No es esta una propuesta novedosa, ya apareció hace veinte siglos, lo que ocurre es que muchas veces lo señalado como nuevo no es más que lo antiguo redescubierto porque había sido olvidado; estos últimos meses nos está tocando vivir unas situaciones que nos empujan a una reflexión seria sobre temas que seguramente de no haber sucedido ni siquiera nos lo hubiéramos planteado:

– Que somos seres dependientes e interrelacionados, que algo que ha sucedido en un rincón del planeta se ha extendido en progresión geométrica por todo el mundo.

Que no somos seres únicos e invulnerables, hemos comprendido que o nos salvamos todos o nadie, que hay que recomponer las relaciones fraternas admitiendo que los derechos a existir de los demás, sin distinción de raza, sexo o cultura está a nuestra igual altura.

Que tenemos que recuperar nuestra maltrecha fraternidad, la tercera de aquella triada de valores que proclamó la antigua revolución y que no puede ser legislada porque depende principalmente de nuestra voluntad.

Tendríamos que desear no regresar ya a la normalidad anterior de la que venimos pues no hay duda que el regreso a ella propiciará los mismos defectos que nos han llevado a este penoso momento.

Si hemos tenido el poder, la inteligencia y la capacidad para crear ese monstruo capaz de echar a perder el planeta, también con el mismo poder, inteligencia y capacidad podemos revertir esa situación, pero para ello es necesaria la voluntad de quererlo hacer.

Tenemos que luchar con fuerza contra esa pendencia del Coronavirus que nos tiene rodilla en tierra, pero no olvidemos a esa otra pandemia no menos grave pero sutil y perversa de un mundo que enriquece mucho a unos pocos, cada vez empobrece mas a muchos y que a la gran mayoría hace indiferente ante lo que le pase a los demás y al sufrimiento.

Domingo TORRES
Ecónomo
Barcelona (España)
Octubre de 2020 

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