Confinados
La experiencia de confinamiento durante dos meses, que vivimos hace un año a causa de la pandemia, significó realizar cambios en nuestra vida cotidiana, generando nuevos hábitos tanto en la esfera individual -lavado de manos, mascarilla, higienizar los productos que entran en casa- como en nuestra vida de relación con los otros: reuniones y encuentros digitales con la familia y los amigos; retiros y celebraciones religiosas on line…
El trabajo desde casa se ha prolongado después del confinamiento estricto. Y para muchos el tiempo ahorrado en desplazamiento en coche o en transporte público, se ha empleado en tareas domésticas, atención y cuidado de los niños y los mayores convivientes, que ya vivían en casa o que han regresado de las instituciones por la grave situación que se ha vivido en ellas.
Estos cambios se iniciaron en una atmósfera de miedo, de incertidumbre, que poco a poco se ha asumido como lo que denominamos “nueva normalidad”.
Un progresivo “volver” a algo nuevo
Por mi actividad laboral en el mundo sanitario, pertenezco a uno de los grupos denominados “servicios esenciales”, los que desde el inicio del confinamiento teníamos que salir a la calle, desplazarnos al centro de salud y acudir a visitas domiciliarias para atender a personas enfermas. Además, tuvimos que incorporar la consulta telefónica al quehacer diario; de este modo, se evitaba en lo posible el encuentro físico en las salas de espera de los centros de salud para prevenir el contagio Covid. En aquellos casos en los que, tras la consulta telefónica, se consideraba necesaria una valoración presencial, acudíamos al domicilio del paciente o se le pedía que acudiera al centro de salud o al hospital.
Sobrecogía salir y sentir el vacío de las calles desiertas, el silencio de las avenidas roto por el ruido de las sirenas de las ambulancias o de los coches de la policía.
En esos trayectos a pie, lentos y solitarios, me detenía a observar las ventanas iluminadas de las casas, y me preguntaba cómo sería el transcurrir del tiempo en su interior. ¿Cómo sería la convivencia? ¿Estarían enfermos?
Niños con espacios limitados para moverse, adultos planificando el día para conciliar y atender tareas familiares y laborales, mayores tomando el sol desde la ventana o balcón. ¡Qué preciado se volvió el espacio, balcón, patio, jardín! Marcaba la diferencia.
Más tarde llegó el deseado momento de poder salir a la calle y pasear. Recuerdo que primero pudieron salir los niños; confieso que sentí una emoción de gratitud y de gozo vital cuando volví a ver en una calle solitaria a un niño pequeño agarrado de la mano de su padre.
Más tarde fuimos llenando poco a poco, las calles, paseos y parques. Regresamos al movimiento, pasear, correr, ir en bici. Las aceras eran un ir y venir de personas con ropa deportiva. Pero era un ir y venir nuevo, un movimiento que no respondía al trasiego habitual para desplazarse al trabajo o cuando llevamos a los niños a la escuela; tampoco era exactamente salir para hacer ejercicio físico. Aquel movimiento tenía novedad; como una melodía nueva que sonaba a gozo por estar vivos, a gratitud por la naturaleza, por compartir existencia con los otros, por sentirnos unidos por el mismo espacio, por el mismo sol y la misma brisa. Con una fraternidad existencial que da sentido y nos impulsa a ajardinar el entorno en que vivimos para hacer la convivencia más bella, más verdadera, en definitiva más amable.
Algunos escritores comienzan a decir que el Covid no es un enemigo, sino un mensajero que nos empuja a revisar nuestras rutinas y modos de organizarnos para prevenir posibles nuevas epidemias.
Dos propuestas a cultivar en esta nueva normalidad que se abre en el horizonte podrían ser:
- Ampliar espacios físicos donde convivir sin estar hacinados en las casas, en los medios de transporte, en los lugares de ocio. Ampliar espacios es una medida saludable que se va haciendo realidad y que debería mantenerse.
- Desacelerar el ritmo en el que nos movemos; intentar expandir nuestros tiempos, evitar comprimir los días llenándolos con actividades y tareas, nos permitirá respirar con más sosiego y posiblemente nos irá desvelando el camino por donde transitar hacia una realidad que sea realmente nueva, más sana, solidaria y gozosa.
Remedios ORTIZ JURADO
Médico de familia, Madrid
Abril 2021