Las primeras semanas del 2020 no dieron señales de lo que venía. Pocos, sobre todo expertos en virus, nos alertaban del riesgo de una pandemia por las noticias que llegaban desde China. Sin una experiencia histórica reciente, nadie era experto para indicar lo que se debía hacer. De alguna nos sorprendió a todos en Latinoamérica. En el mes de marzo del año pasado fueron cerrando instituciones, ciudades, regiones y al final países. La primera solución a escala planetaria era que nos aisláramos en nuestros hogares hasta que “pasara la tormenta”.
En países como los nuestros, donde la mayor parte de la población tiene ingresos irregulares relacionados con la venta de productos y servicios hechos de manera informal, el enclaustramiento generó en menos de una semana una gran presión social al terminarse los pocos ahorros que tenían las familias y los individuos. Los sectores de clase media y los asalariados privados pudieron tolerar el encierro por más tiempo, hasta dos y tres meses, porque recibían sus pagos regulares, pero muchas de las pequeñas empresas comenzaron a quebrar y por tanto ascendió a segmentos de clase media el descontento. El dilema era hambre o enfermedad.
A mediados de ese año los gobiernos latinoamericanos comenzaron a crear programas de asistencia social, sobre todo en alimentos o pagos especiales, para paliar el estrés social que generaba la única medida que se aplicaba de manera generalizada para contener la enfermedad: el aislamiento. Como los ingresos fiscales cayeron por la inactividad comercial y productiva, las respuestas de los gobiernos a estos macro problemas fue el endeudamiento. Se le sumó a esta situación la demanda de camas de hospital, sobre todo de Cuidados Intensivos, y el incremento de fallecimientos. La crisis sanitaria ascendió a niveles nunca antes visto en la región, a pesar de la gran cantidad de enfermedades vectoriales que anualmente nos afectan.
De diversos modos no se pudo mantener el aislamiento y se comenzó a permitir diversas actividades productivas con el énfasis de usar mascarillas y limpieza de manos, además de horarios restringidos para la movilidad. En todos los casos la escolaridad fue suspendida. Muchas de las medidas que hemos comentado se aplicaban también en Europa, África y Asia.
Al iniciarse el 2021, con macabros conteos de muertos cada día, comenzó el anuncio de vacunas. Si el primer año desnudó el grado tan alto de inequidad social y económica en el seno de nuestros pueblos, el segundo, con el tema de las vacunas, mostró de manera grosera la inequidad entre los pocos Estados más ricos y la mayoría más pobre. Todavía en la segunda mitad del presente año la mayor parte de los países con menos desarrollo carecen de vacunas o tienen muy pocas, algunos los han conseguido gracias a maniobras geopolíticas. Los países más ricos acumulan cantidades de vacunas que exceden varias veces sus necesidades.
Afrontando una etapa postpandemia seguimos con la agenda de lograr mayor justicia en el seno de nuestras sociedades y en las relaciones internacionales. El COVID transparentó lo que ya existía. La deuda acumulada a escala planetaria podría frenar el despegue de la economía mundial si no se encuentran soluciones creativas. El mundo financiero siguió generando grandes ganancias para los más ricos sin que la producción lo respaldara. Luce misterioso, pero es en el fondo la naturaleza especulativa del capitalismo globalizado de las últimas décadas que se asemeja más a un casino que a una unidad de producción de bienes o servicios.
Tenemos tareas urgentes como comunidad global. La producción de bienes y servicios, sobre todo los relacionados con la alimentación, deben incrementarse; las estructuras de salud preventiva y las facilidades hospitalarias deben obligatoriamente expandirse; la solidaridad, ese bien tan escaso, ha de promoverse intensamente en el seno de las comunidades y a escala mundial si queremos prevenir futuras pandemias; el desarrollo de capacidades humanas y técnicas para la investigación en biología debe ser una tarea de todo Estado si queremos estar listos para fenómenos sanitarios como los que estamos lentamente superando y por último, y más grave todavía, la democracia ha sido vulnerada gravemente bajo el alegato de que se necesitaban medidas dramáticas sin participación de los afectados.
David ÁLVAREZ MARTÍN
Filósofo
Sto. Domingo (Rep. Dominicana)
Septiembre de 2021