A medida que nos hacemos mayores, tomamos mayor conciencia del inmenso valor del cuerpo, y de la importancia de cuidarlo para mantenernos autónomos y con buena calidad de vida.
No es fácil recordarlo cuando se está en plena fase activa y solemos prestarle atención únicamente cuando algo falla, cuando alguna disfunción nos impide continuar realizando las actividades diarias. Pero una vez superado el bache, se retoma la actividad intensa sin conciencia del gran valor del cuerpo, que somos nosotros mismos. No le damos las atenciones que necesita de alimentación, de ejercicio, de hidratación…
Ojo: el cuidado del cuerpo no debe convertirse en una obsesiva lucha contra el tiempo. Es necesario hacerlo desde la conciencia de nuestra condición humana y temporal. Ante todo, con gratitud porque se toma conciencia de su valor, dándole un cuidado que sea adecuado a los años que se tienen. Sin pretender perpetuarse en una edad sin edad, ensalzando la juventud ni denigrando la ancianidad. Comprendiendo el valor y el sentido de cada etapa de la vida, y escuchando al cuerpo que nos va «hablando», indicando lo que es mejor en cada momento.
Sabiendo, eso sí, que propio de vivir es morir, y en la piel, los huesos, nuestra fisiología, vamos descubriendo ese progresivo cambio que tarde o temprano desembocará en la muerte. Asumirlo pacíficamente y con la gratitud de haber vivido el tiempo que haya sido, nos hace valorar cada día como un regalo.
Cumplir años con alegría es sentir la gratitud de estar vivos, con la humildad de reconocer que no nos dimos la vida a nosotros mismos, y que este regalo acabará algún día. ¡Y gozando por eso del momento presente!
Aprendamos a cuidarnos, a dejarnos cuidar y a cuidar los unos de los otros. Eso ya en sí mismo es un camino de plenitud.
Remedios ORTIZ JURADO
Médico de familia
Madrid, octubre 2021
* * *
Aquí dos sonetos de Alfredo Rubio que ilustran muy bien nuestra relación con el cuerpo.
Yo confieso, Señor, que no he cuidado
mi pobre cuerpo tal como es debido.
¡Un tesoro sin par que he recibido,
y que gracias de él nunca te he dado!
No sació su dormir tan hambreado
ni frutos saludables ha comido.
Ni estuvo su pensar enlentecido
ni el corazón un poco sosegado.
¡Claro, Señor, que sin dudarlo intuyo!:
sólo con él seré instrumento tuyo
en esta Tierra donde me exististe.
Dame aquí tiempo para amarle bien,
que el cuerpo resucitará también
e irá conmigo al Cielo, cual dijiste.
* * *
Gracias, gracias te doy, ¡oh, cuerpo mío!
Bien me serviste en toda la jornada
desde que desperté con la alborada.
Y en todo mi quehacer, de ti me fío.
A Dios doy gracias de este recio avío
que dióle al alma cuando fue creada.
¿Qué haría yo sin ti, mi camarada,
si deseo llorar o si me río?
Tú me llevas, de Dios, al borde inmenso.
No soy un ángel. Soy tan sólo un hombre
que necesita siempre tu presencia.
Tanto si escribo o si tan sólo pienso,
¿cómo sin ti, diría yo ese Nombre
de Dios, a quien bendigo en tu existencia?
Alfredo Rubio de Castarlenas