Corresponsabilidad ecológica

Corresponsabilidad ecológica

Se dice que los políticos reflejan perfectamente a las sociedades que los eligen, y que su especialidad es contentar los oídos de sus votantes, respondiendo de manera acomodaticia a las exigencias que se les van presentando por parte de la sociedad civil, tantas veces volátil y con las miras cortas de la vida individual. Así logran seguir en el poder. Esto explicaría, en gran medida, las decisiones erráticas de muchos gobiernos ante las evidencias del calentamiento global, y su resistencia a poner «luces largas» y a tomar decisiones acertadas a largo plazo, aunque es un tema que se empezó a visualizar en la segunda mitad del siglo XX.

Organizaciones como WWF (1961) o Greenpeace (1971) y los Partidos Verdes (década de los 70) llevan décadas impulsando la conciencia ecológica, pero sólo hace un par de lustros que amplios sectores de la sociedad civil nos hemos despertado para exigir a nuestros gobiernos unos cambios que vayan en la dirección correcta, vemos en los telediarios o en nuestras ciudades y campos los desastres provocados por un clima desestabilizado, y hemos tomado conciencia de nuestra parte de responsabilidad en el destino de miles de especies amenazadas por nuestra manera de vivir.

Los jóvenes son los más interesados en este tema, porque no quieren heredar un planeta tan deteriorado, y las iniciativas impulsadas por Greta Thunberg son una muestra visible entre las muchas que se están dando por todas partes del mundo. Defienden, como pueden, la conservación del maravilloso entramado de los seres vivos en la Tierra porque es el único ámbito adecuado para la vida —y por eso también la existencia humana— en el universo que conocemos.

El maravilloso entramado de los seres vivos   

Sólo que frenar el cambio climático supone decisiones incómodas. Tanto a escala individual como a escala local, regional y mundial. Tenemos que cambiar nuestro modo de vivir. Por ejemplo, renunciando a un consumo voraz. Sería muy conveniente reducir la ingesta de carne, de pescado. Evitar los monocultivos de masas, que aplanan la diversidad ecológica. Cambiar nuestro modo de transportarnos y ralentizar el ritmo de una vida depredadora de recursos naturales.

El cambio de energías fósiles a energías renovables supone también un coste porque las criticadas empresas energéticas dan trabajo a miles de familias, y aunque se basan en un modelo de creación de energía que ya está caduco, implementar los cambios de modelo supone una transformación gradual. Los gobiernos suben los impuestos para hacer, precisamente, esa transición de modelo. (Aunque en muchos casos los recursos puedan no llegar a ese destino).

Pero nosotros, tú, yo, nuestros barrios y ciudades, debemos asumir con decisión las incomodidades que la defensa del planeta supone en nuestra pequeña vida. ¿Cómo puede exigirse a Bolsonaro que deje de talar el Amazonas si existen inconscientes consumidores voraces de maderas preciosas? ¿Cómo criticar a nuestros gobiernos si no estamos dispuestos a cambiar nuestro modo de vivir, si no evitamos el plástico, si no reducimos el consumo, si no reciclamos o reutilizamos?

La Cumbre de Glasgow durará todavía una semana, y aunque China, Rusia y Arabia Saudí hayan estado ausentes, incluso aunque los acuerdos no sean suficientemente ambiciosos, cada uno de nosotros, las asociaciones y entidades de la sociedad civil, tenemos un grado de corresponsabilidad en esta tarea imprescindible. Concienciarnos, cambiar de modo de vivir para dejar de apoyar lo que degrada nuestro planeta, y conservar su sorprendente belleza para que las próximas generaciones sigan teniendo en buenas condiciones este extraordinario hábitat que llamamos Tierra.

Noviembre de 2021

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