Coherencia personal para un desarrollo sostenible

Coherencia personal para un desarrollo sostenible

Todos los seres vivos, desde el momento que empezamos a existir, vamos incidiendo en el medio más o menos hostil en el que nos movemos y nos desarrollamos; al tiempo que luchamos para adaptarnos a él, lo vamos modificando de una forma más o menos deliberada en beneficio propio. Estas modificaciones, producidas potencialmente por cualquier organismo vivo, abarcan desde la secreción de toxinas hasta el vertido masivo de sustancias de desecho. Es así como apareció el oxígeno en nuestra atmósfera: como un producto tóxico que los primeros organismos fotosintéticos liberaban al medio externo; paralelamente, los organismos se fueron adaptando, y lo que era un veneno se convirtió en un recurso esencial para los organismos más evolucionados.

«Es evidente que la naturaleza existía
antes de la aparición del ser humano…»

Al igual que el resto de los seres vivos, los humanos también hemos ido incidiendo en el medio; pero las alteraciones que hemos ido provocando se han agravado desde la Revolución Industrial, del inicio del crecimiento exponencial de nuestra población y de la desproporción del reparto y la explotación de los recursos naturales entre los diferentes países.

Los años sesenta del siglo pasado, con el nacimiento de las ideologías hippies, comenzó una corriente de revalorización del medio natural del que surgieron los primeros movimientos ecologistas organizados: ya en aquel momento trataban de llamar la atención sobre la poca racionalidad con que el ser humano se relacionaba con su entorno. De esta manera, los ecologistas fueron líderes en la toma de conciencia social ante la modificación y la destrucción progresiva de factores y recursos.

El ecologismo, sin embargo, había nacido de las cenizas de la modernidad; esto quiere decir que, además de recuperar valores vitales, como la estima de la vida y la defensa del presente, también había heredado los valores de la posmodernidad. ¿Cuáles?

Las raíces del ecologismo

El antropocentrismo de la modernidad dio paso a una postmodernidad que entiende el mundo de una manera más global e integrada; del mismo modo, de las razones pasamos a las emociones, tal vez precisamente como reacción y no como punto de equilibrio. ¿Cuáles son las implicaciones de todo esto en la ecología? Un sentimentalismo desvinculado de la razón nos puede hacer militantes inconscientes e incoherentes, llevados por las olas de la moda; quizás esto es lo que ocurrió en las décadas de los ochenta y de los noventa del siglo pasado: éramos ecologistas por moda, más que por íntimo convencimiento. Pero ¿y ahora?

El hecho de actuar siguiendo sólo la tónica general y no la propia convicción no permite realizar todas las cosas positivas que de verdad se pueden hacer, especialmente porque la creatividad personal se corrompe. Hacen falta unos sentimientos auténticos, apoyados en la medida justa de la razón y de las evidencias científicas, que nos lleven a una coherencia personal primero, para extenderla después a todas partes y por todas las vertientes posibles de la ecología. Hay que formarse, informarse y reflexionar al respecto, primero de manera individual y luego de manera compartida con los demás, para poder actuar tanto de forma particular como colaborativa.

Muchos representantes de todas las ramas del conocimiento hace tiempo que intentan trabajar «al unísono» por la misma meta de no degradar más nuestro planeta, por la recuperación de los espacios degradados, para el desarrollo sostenible… Pero no lo consiguen, o no del todo. Quizá falla la coherencia personal de que hablábamos; o tal vez lo que falla es que las diferentes propuestas a seguir no son universales.

Si queremos trabajar, por ejemplo, el desarrollo sostenible, ¿cómo acordar unas bases válidas para todos?

Unas raíces universales para el desarrollo sostenible

Podríamos hacer un planteamiento previo a cualquier otro de carácter ético o moral: una perspectiva existencialmente realista.

«Quizá falla la coherencia personal de que
hablábamos… o que las diferentes
propuestas a seguir no son universales.»

Es evidente que la naturaleza existía antes de la aparición del ser humano; para cubrir sus necesidades, la humanidad ha trabajado para el aprovechamiento de los recursos que tenía a su alcance, pero no los ha creado de nuevo: sólo los ha transformado, a menudo de una manera desmesurada y provocando graves alteraciones en el medio ambiente.

La humanidad se da cuenta que no es creadora cuando ve el agotamiento de recursos debido a su mala gestión. La aceptación de esta realidad le llevará a reconocer que no basta ir transformando las materias primas, sino que también hay que tener cuidado de las materias ya transformadas; debemos llegar a ser capaces de conservar lo que tenemos, como ya hacían nuestros tatarabuelos (aunque su gestión tampoco era perfecta), porque no ha sido creado por nuestra mano de la nada, sino que lo hemos transformado en partir de una realidad preexistente: en último término, la naturaleza, entidad que no podemos recrear, tan sólo mantener.

Estas actitudes existenciales nos llevarán, seguramente, a la adopción de disposiciones morales coherentes; por ejemplo, a una revisión profunda de la sociedad de consumo que no debe conducir a una austeridad que nos impida disfrutar de nuestro entorno, sino a una utilización racional de los recursos de que disponemos, de forma que no se altere negativamente nuestro entorno y que todos puedan disfrutar de él.

Personalmente, creo que ya nos hemos puesto en marcha, pero todavía nos queda un largo camino por recorrer; tenemos algunos jóvenes ejemplos mediáticos, como la Greta Thunberg o el Boyan Slat, que nos pueden parecer más o menos acertados: es necesario que no perdamos el tiempo en críticas inútiles y estériles de lo que hacen los demás desde su responsabilidad y coherencia, porque quien no está contra la sostenibilidad de nuestra sociedad es porque está a favor. Hay que seguir ideando proyectos realistas hacia los que podamos ir trabajando desde ahora; de hecho, si no se planifica, no se puede hacer nada, ya que no hay ningún hito hacia donde ir. Hay que empezar trabajando la coherencia personal para poder continuar siendo coherentes a gran escala.

Comparto la opinión del filósofo y escritor irlandés Edmund Burke (1729-1797): «Nadie ha cometido una equivocación más grande que aquel que no ha hecho nada porque sólo podía hacer algo».

Ivon AYALA GALÁN
Bióloga
Publicado originalmente en Revista Re Catalán núm. 101 «Una mirada humana al Planeta»

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