¿Estaremos a tiempo?

¿Estaremos a tiempo?

«…se trata de ir a menos en cuanto a tener …,
a fin de ser más … hacia los demás y toda criatura viviente.»

¿Cuántas generaciones más serán necesarias para abarcar inteligentemente y hacer frente efectivo y eficaz al grave descalabro del calentamiento global cuando éste ya hace años que ha tomado el carácter de emergencia climática? ¿O no llegaremos a tiempo porque que los actuales habitantes de la Tierra ya hemos llegado tarde? Desde mi ignorancia sobre la verdadera dimensión de esta crisis planetaria me atrevo a afirmar que negarla es una irresponsabilidad mayúscula, maliciosa y mezquina. No tener toda la información científica-técnica para calibrar el grado real de afectación no sólo a unas determinadas zonas geográficas y sus poblaciones, sino en todo el globo terrestre y todo ser viviente, no es una excusa válida ni aceptable para mirar hacia otro lado.

Pero no hay que ser demasiado agudo para darse cuenta de que la huella humana en el ecosistema y el nocivo efecto invernadero que se deriva está señalando un camino excesivamente marcado y condicionado por la idea impúdica de un progreso ilimitado. Como si la naturaleza, entendida como un todo, nos hubiera dado luz verde para hacer lo que quisiéramos con ella a cualquier costo: explotarla, ensuciarla, degradarla, contaminarla, depredar su fauna, dañar la su flora, diezmar su diversidad biológica, la desertización y deforestar vastas regiones de suelo fértil y un largo y deplorable etcétera. En definitiva, la acción del hombre en el medio ambiente no puede dejar a nadie indiferente.

Cambio paradigmático

Sin ánimo de ser alarmista, creo que se impone con urgencia un cambio paradigmático de crecimiento y una nueva praxis ético-social, política, económica y cultural con relación a nuestro entorno si queremos «salvar» el planeta. No basta con cadenas selectivas y generales de reciclaje ni con normativas de reducción de emisiones de gases contaminantes —sobre todo de dióxido de carbónico— para detener y, menos, para revertir la marcha desbocada de producción, consumo y basura. Ciclo vicioso de una rueda tóxica generada por el neocapitalismo ultraliberal que impulsa sin miramientos el poder económico y financiero al amparo del mercado mundial.

Todo es poco para prevenir y evitar un empeoramiento irremediable en la atmósfera y en las condiciones de vida en el planeta Tierra, el único que tenemos (y donde estamos) los humanos. «Emigrar» o colonizar otro planeta o exoplaneta puede llegar a ser un proyecto viable a largo plazo. Pero tal vez sería más una huida hacia adelante (o hacia arriba) que el trazado concreto de un horizonte de existencia verdaderamente humana; es decir: arraigada en la tierra. En otras palabras: el futuro de la humanidad como tal no se puede materializar íntegra y propiamente en un «hábitat» extraterrestre. Su «corporeidad» pertenece a la Tierra y no a un ordenador. Y es desde aquella que se construyen y se elevan las creaciones más nobles de su espíritu. Pero también se hacen patentes sus capacidades más destructivas y devastadoras.

No somos pocos los que creemos que el llamado negacionismo respecto al cambio climático se enmarca teóricamente y en la práctica en la dinámica negativa de un progreso sostenido e indefinido, todo descartando de aquel cualquier giro de dirección y sentido hacia un racional desarrollo sostenible, donde el decrecimiento sea la idea-fuerza. Esto es, (re)convertir nuestros marcos mentales y conceptuales, hábitos y acciones en componentes integradores de un hombre «nuevo» más consciente de ser y de vivir en un entorno —local y global— «necesitado» de cuidado.

Bueno y liberándonos todos juntos de la soberbia y la codicia perniciosas que nos hacen creer que estamos por encima de la naturaleza. Si pensamos que esto es posible y deseable no podemos obviar que hemos llegado a un punto de nuestra evolución que deviene también urgente.

«Quien más tenga, que más haga…»

En mi opinión se trata de ir a menos en cuanto a tener (ganancias económicas, bienes materiales, prestigio social, fama…), a fin de ser más (solidarios, generosos, sensibles, humildes, justos, respetuosos) hacia los demás y toda criatura viviente. Que haya o no una relación inversamente proporcional entre el ser y el tener dependerá del valor onto-ético que el hombre confiera a su existencia en el mundo, a su presencia en la realidad, a su incidencia en la sociedad, a su interrelación con la naturaleza en el sentido más amplio de la palabra. Esto es, en todo lo vivo (orgánico e inorgánico) que no es un yo ni un tú subjetivos y personales, sino apersonal y objetivo, pero tan inmanente como cada uno de nosotros.

«…es difícil saber qué vida será la que nos espera.
Pero no debería ser difícil hacer todo lo posible para que
las próximas generaciones no lo tengan que pagar.»

Y si nos sentimos y creemos abiertos al trascendente no es para arrogarnos de ser superiores a ningún otro ente, sino porque la naturaleza de alguna manera nos «anima». Nos empuja, naturalmente, sin pedirnos nada a cambio ni debernos ningún favor, por mucho que le debemos.

En este contexto, nuestro futuro como especie «cuelga» de los grados de más de temperatura en el «antroposfera» o medio humano. Que nos favorece mínimamente o perjudica más del normal, hasta poner nuestra supervivencia al límite, rozando la extinción, estará en función de nuestra conducta, actuación y huella en la esfera climática y medioambiental. Por mucho que nos las ingeniemos para crear mundos ciberactivos e inteligencias artificiales asistidos o «dirigidos» por robots, la naturaleza no es ni será nunca más viva con nosotros. Pero nosotros sí que somos y seremos menos vivos al margen, de espalda o por encima de ella.

Como dice el físico David Jou en una entrevista en el diario El Punt Avui (16 de noviembre de 2019): «No importa, por otra parte, que la teoría de la información presente la posibilidad de la resurrección algorítmica, es decir, que nuestra mente pueda seguir viviendo en un ordenador, de tal manera que la información del cerebro pasa a un ordenador y, a continuación, va a parar de nuevo a la materia, en el que se podría calificar de nueva especie biológica sin “necesidad” de pasar por la vida.»

Sin embargo, lo que realmente cuenta es que cada uno actúe en consecuencia, lo que, ciertamente, tendrá efectos positivos o negativos sobre el clima, pero no neutros. «Quien más tenga (dinero, poder, influencia, privilegios…), que más haga para evitar la catástrofe», nos «dice» la naturaleza, en el tono que más le es propio: con toda naturalidad. Y llegados a este punto, se podría afirmar que si el fin del mundo según los científicos y expertos en la materia (cósmica y astrofísica) será aquí 50.000 millones de años y que, por tanto, ya no quedará ninguna vida, el fin del planeta Tierra o, mejor dicho, de los terrícolas va camino de ser muchos millones de años antes, gracias exclusivamente a aquellos. En cualquier caso, es difícil saber qué vida será la que nos espera. Pero no debería ser difícil hacer todo lo posible para que las próximas generaciones no lo tengan que pagar.

Josep JUST SABATER
poeta
Publicado originalmente en Revista Re Catalán núm. 101 «Una mirada humana al Planeta»

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