Conexiones corporales: las fascias

Conexiones corporales: las fascias

Aunque la fascia (también llamada tejido conectivo) se ha conocido por los estudiantes de anatomía desde hace muchísimos años, la comprensión de su importancia en el campo de la salud y la amplitud de su presencia en el cuerpo es mucho más reciente.

Para entender la fascia, podríamos imaginar al cuerpo como una bolsa de la compra en la que llevamos varias bolsas diferentes: una para las verduras y dentro de ella una bolsa para las lechugas y otra para las espinacas; otra bolsa para los granos con bolsitas pequeñas para el arroz, las alubias, etc. En esta analogía la bolsa de la compra sería la piel (la fascia más externa) y las diferentes bolsas serían las cavidades y órganos que contienen, así como los músculos y fibras musculares que los forman.

Papel de las fascias en el cuerpo

Pero una analogía llega sólo hasta cierto punto; el sistema fascial, como todo lo humano, es mucho más complejo. La analogía nos sirve para entender que la fascia es una forma de tejido que tiene la doble función de conectar (de ahí el nombre de tejido conectivo) y de compartimentalizar o separar. Aunque parezca contradictorio, esto es muy importante: por un lado las fascias se pueden seguir por todo el cuerpo sin ninguna interrupción es decir conectan a la totalidad del cuerpo humano en su tridimensionalidad y por otro, como en la analogía de las bolsas, las diferentes fascias separan un órgano de otro, un músculo de otro, una cavidad de otra, etc. Es decir: cada órgano, cada víscera, cada músculo, cada hueso, cada vena, cada célula, tiene su propio “forro” de fascia que lo separa e independiza de los otros, pero todo está contenido dentro de una misma piel.

La complejidad deriva de que, más allá de sus funciones de conexión y separación, la fascia cumple otros cometidos diferentes:

  • Sostén
  • Termorregulación
  • Transmisión de fuerzas
  • Protección

En su función de sostén, son las fascias las que mantienen a cada víscera en el espacio que le corresponde. Esto hace que las vísceras no estén “amontonadas” en sus cavidades, sino que cada una tenga su espacio correcto y su relación adecuada con las demás. Por otro lado, la textura de las fascias permite el deslizamiento de unas vísceras respecto a otras y sin esto los movimientos de latido del corazón, motilidad de la digestión y demás movimientos propios de la vida, como la respiración, serían imposibles.

En cuanto a la termorregulación, no sólo la piel mantiene nuestra temperatura corporal, sino que el contenido líquido de las fascias permite que cada parte del cuerpo tenga una temperatura adecuada y sostenida, independientemente de los cambios externos.

Las fascias se cuidan con movimiento moderado
Todo está conectado dentro de la misma piel                                                              Foto Happyveganfit – Pixabay

La función de transmisión de las fuerzas está dada por la organización del tejido fascial en una relación en la que hay un equilibrio de fuerzas recíprocas (llamada tensegridad) y es la que permite que un conjunto de fibras musculares trabajen en unidad en el movimiento: un músculo se mueve en una dirección, mientras otros músculos se mueven en dirección opuesta sin que lo hagamos de manera consciente y eso permite que nos mantengamos en equilibrio. Una cosa tan sencilla como caminar, en que cada paso implica un juego de músculos que mantiene el peso en equilibrio, mientras otros avanzan en el aire, es un juego de movimientos recíprocos y contradictorios que son posibles, en parte, gracias a esta transmisión de fuerzas que permiten las fascias.

La función de protección es muy evidente si pensamos en la fascia que es más conocida: la piel. Todos sabemos que la piel nos protege de las infecciones y conserva la humedad y la temperatura corporales de manera extremadamente eficaz. La piel se autorrepara de manera impresionante si tiene un corte o una lastimadura sencilla; simplemente necesitamos mantenerla limpia y ella misma se cicatriza. Para nuestra vida cotidiana, es muy importante tener en cuenta que las fascias se pueden dañar por mal uso, poco uso, sobre uso o por enfermedad.

Cómo cuidar las fascias

Cuando hablamos de que se dañan, hablamos de que pierden su elasticidad, su capacidad de deslizamiento o su adaptabilidad y obviamente esto puede tener consecuencias en el órgano que envuelven, en el músculo o víscera que sostienen o en la función de interrelación de la cavidad que forman.

Un ejemplo es la forma en la que nos sentamos: cuando una mujer joven se sienta sistemáticamente encorvada, los órganos de la reproducción no se colocan de manera correcta en su relación recíproca dentro de la pelvis, pero sobre todo las fibras (fascias) que sostienen la relación entre los huesos de la cadera se hacen más rígidas. Esto puede provocar que en el momento de concebir, gestar y parir, se tengan dificultades por el hecho de que las relaciones correctas entre las vísceras se alteraron pero sobre todo por el hecho de que en el momento del parto los huesos de la cadera se tienen que desplazar para permitir el paso del bebé. Si la cadera perdió su elasticidad por el mal uso (sentarse encorvado) el proceso de parto será más difícil.

La fascia puede mantenerse sana a través del movimiento moderado, la hidratación adecuada y la relajación. El estrés crea acumulación de sustancias en las fascias y eso las hace gruesas y rígidas.

Nunca como hoy habíamos tenido conciencia de la importancia de mantener sano nuestro sistema de fascias.


Margarita SOBERÓN MAINERO
Craneo-sacralista. Fundadora y Directora del Instituto Upledger México
Ciudad de México, enero de 2022

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