La “¿Utopía?” respecto del Buen Vivir
Cada pueblo ha construido sus particulares relatos acerca de su misión en la existencia, de su ser siendo[1] a través de la historia, de sus utopías y delirios, de sus modos de relacionarse, de sus anhelos y categorías en las que dividen su comprensión e interpretación del mundo y de lo que en él habita o está presente.
Cuando la mezcla de determinadas circunstancias, derivadas del incipiente dominio de la agricultura y la ganadería (explosión demográfica, especializaciones en diversos oficios, aparición del patriarcado y con él los dioses guerreros y/o solares, la propiedad privada, entre otras transformaciones), la milenaria forma de relacionarse y de convivir de nuestras culturas ancestrales se vio tensionada.
La necesidad de expansión y de contar con recursos suficientes para la sobrevivencia, el desarrollo del poder entendido como una máquina de dominación, llevó a algunas culturas a fortalecer su aparato militar y expandir su territorio a través del dominio y el control respecto de otros pueblos y culturas. Habían nacido los imperios y se comenzaba a definir un nuevo modo de ser y de estar en el planeta, en virtud de la fuerza y del sometimiento.
Al inicio de la conquista española de América, nuestro continente ya había desarrollado dos grandes áreas imperiales: Mesoamérica y los Andes Centrales. En este último territorio, los Incas construyeron un extenso imperio que abarcaba el territorio de lo que hoy son Perú, Ecuador, Bolivia, el sur de Colombia, el noroeste argentino y Chile hasta el río Maule. En otras palabras, alrededor de 3 millones de Km².
La maquinaria militar inca avasalló, prácticamente a todos los pueblos que iba conquistando, a todos menos a uno, el pueblo mapuche. Los mapuche, históricamente habitaron un enorme segmento de América del Sur, desde el sur de lo que hoy es Buenos Aires, en Argentina, y desde el río Aconcagua (al norte de Santiago) hasta la isla de Chiloé, en Chile (ver mapa). Los mapuche de la zona norte de Chile, acostumbrados al intercambio comercial con los otros pueblos originarios de la zona centro norte, no opusieron mucha resistencia a los incas, pero en la medida que este imperio se adentraba al sur, la frondosa selva y sus celosos guardianes se transformaron en un bastión inexpugnable para el imperio más poderoso del cono sur de América.
El pueblo mapuche es, para quien no está acostumbrado a la historia de América, una de las tantas culturas originarias existentes a la llegada de los conquistadores españoles. Su historia podría asemejarse a la de todos los pueblos y naciones americanas que cayeron luchando o asimilando rápidamente las costumbres de los nuevos invasores, pero una vez más, la tenacidad y una gran resolución, los motivó a desarrollar la más grande resistencia que un pueblo americano dio al imperio español, el más poderoso del mundo hasta ese entonces. La llamada Guerra de Arauco se extendió por casi 250 años con periodos de relativa paz y otros de franca guerra entre un pueblo que, en principio, luchó con sus instrumentos de caza y un imperio que contaba con todos los recursos y la más desarrollada tecnología bélica del siglo XVI.
La historia de la conquista española y portuguesa de América tuvo de dulce y agraz. Hubo pueblos que cooperaron desde el primer momento con el nuevo poder de turno. Otros resistieron pero fueron sometidos. Las culturas más sofisticadas del continente (Aztecas e Incas) fueron vencidas por el poder de la pólvora, las armaduras, las espadas, el metal, las tácticas militares, la sed insaciable de oro y la política de alianzas de las tropas españolas que se valieron del terror que provocaban los aztecas en los otros pueblos y de la guerra civil en el imperio inca. Posteriormente, la esclavitud y las muertes por las bacterias y virus diezmaron la población americana originaria en varios millones y algunos pueblos desaparecieron completamente, como los antiguos habitantes de América Central (caribes y taínos, por poner un ejemplo).
En el anterior contexto, ¿Cuál es el factor fundamental que hizo resistir a pueblo mapuche, sin ser sometido por el imperio más poderoso del cono sur de América y del imperio más poderoso del mundo en su época?
Consignemos que el mapuche, pueblo cazador recolector, que se repartía en un enorme territorio en pequeñas comunidades llamadas Lov, sin tecnología militar, sin liderazgos centralizados, sin escritura como la mayoría de nuestras culturas ancestrales, desgastó al impero español hasta obligarlo a reconocer en el parlamento de Negrete (1776) la categoría de Pueblo Nación independiente a la corona española, situación única en el contexto del férreo dominio colonial que vivía el resto de América.
Me atrevo a aventurar que el factor que se constituyó en el pilar de la resistencia, tanto al imperio inca como al español, y que hoy mantiene a muchas comunidades mapuche en un permanente conflicto con el Estado chileno, es su profunda cosmovisión ligada a la tierra, no a su tenencia, sino al vivir en armonía con ella y los elementos que la constituyen. Tan unidos a la tierra como hijos a su madre. Ñuke mapu es el nombre dado a la Madre Tierra y el concepto Mapuche significa, en su sentido más literal “Gente de la Tierra”.
Cuando el inca, luego el español y posteriormente el chileno, irrumpen en la tierra sagrada, la cercan, se la reparten, constituyendo propiedades privadas, la depredan y utilizan sus recursos, no para satisfacer las necesidades de toda la comunidad, sino en beneficio de una élite dominante, de un grupo de poder, las voces de los ancestros se levantan resueltas en defensa de la madre.
Dentro de la compleja cosmovisión mapuche, el ser humano no está por sobre la naturaleza, su intelecto no implica un sentido de superioridad, como nos enseñó el pensamiento moderno, por sobre el mundo natural. Nuestra especie está llamada a vivir en relación armónica y equilibrada con todos los elementos que componen la biodiversidad. A esa visión, que hoy puede ser considerada profundamente ecológica, se le llama Itrofill Mongen, concepto que puede ser traducido como “todas las formas de vida sin excepción”.
Desde la perspectiva mapuche, toda forma de vida presente en el wallmapu (territorio ancestral) sostiene el equilibrio y tiene un sentido para la vida de las otras especies. Alterar ese equilibrio es atentar contra la integridad de la vida, contra la salud, contra el bienestar de todas las especies. El ser humano es un elemento más en esta intrincada red de mutua cooperación y dependencia recíproca, y el sentido final de la vida, de la existencia sobre este suelo que habitamos es el llamado Kume Mongen, el “Buen Vivir”. El territorio ancestral fue pródigo en recursos con los antepasados y estos supieron preservar ese equilibrio hasta las guerras de conquista contra los incas y el imperio español. Nuestros ancestros no defendieron la patria, en el sentido heteronormativo del término, defendieron la matria[2] y, en último término, cada forma de vida que constituía parte integrante de su identidad y de su bienestar. No se trataba sólo de cambiar de forma de vida, se trataba de cuidar, preservar el itrofill mongen[3] y con él, el buen vivir, la forma respetuosa, armónica, equilibrada de ser y de estar en la existencia. Precisamente desde ese lugar épico se afirmó y se sostiene la resistencia actual de las comunidades mapuche respecto del Estado chileno, de las empresas extractivistas que destruyen lo que va quedando del suelo ancestral y que en el mediano plazo, de no mediar cambio alguno, convertirán lo que alguna vez fue un vergel, en un terreno desértico
¡¡Qué necesario es, en esta crucial época de cambio climático y modos de producción que depredan y destruyen las biodiversidades, rescatar cosmovisiones como la mapuche!!
El cómo queremos vivir es un diálogo necesario de ser promovido, ese diálogo nos empuja también a definir el cómo estamos viendo a los otros y otras, con sus legítimas diferencias y diversidad de prácticas.
La utopía mapuche le llama Kume Mongen, a esta idea del Buen Vivir, un buen vivir con definiciones muy explícitas. En una cultura, históricamente oral como la mapuche, el poder de las conversaciones era y es increíble, conversar era y es un acto ritual, establecer acuerdos, compromisos, peticiones, promesas. Precisamente, y en ese contexto dialógico, Chile atraviesa un momento histórico con una Convención Constitucional que, por primera vez en su historia, está redactando una Carta Constitucional paritaria, con presencia de las diversidades sexuales, de la más amplia gama de actores sociales y políticos, con representación de los pueblos originarios y con un amplio respaldo inicial ciudadano. Tal vez sea el momento para el kume mongen, tal vez esa actual utopía que nuestros antepasados vivieron en carne propia, vuelva a constituirse en el modo futuro de establecer relaciones y de generar una matriz productiva sustentable y respetuosa de los ecosistemas, de la vida en todas sus formas y manifestaciones. Tal vez sea el momento de hacer de Chile un país justo para todos y tal vez todo, vuelva a ser de todos. ¡¡Petu Mongeleiñ!! (¡¡Todavía existimos!!).
Pedro TORRES QUINTREL
Profesor de Educación General Básica
Académico Adjunto UCSH-UDLA
Pedagogo Social
Santiago de Chile, Chile
Enero de 2022
BREVE GLOSARIO
WALLMAPU: Nombre dado por los propios mapuches a su territorio ancestral que comprende un territorio tanto en el actual Chile (Gulumapu) como en la Argentina (Puelmapu)
LOV: La estructura social mapuche se basa en una unidad social básica conocida como lof, el cual corresponde a grupos consanguíneos, patrilineales, basados principalmente en el parentesco, siendo una de sus características esenciales la horizontalidad entre los lof. En este sentido, es posible encontrar un carácter federado y de alta autonomía entre estas unidades sociales
ITROFILL MONGEN: Componentes: Itrofill: Todos sin excepción. Mongen: vida.
Literal: «Todas las vidas sin excepción». Explicación: Este concepto en mapudungun equivale a biodiversidad en español.
KUME MONGEN: Es un hermoso concepto propio del pueblo mapuche que literalmente se traduce como “buen vivir”. Se entiende como la acción de vivir en armonía y reciprocidad con todos los seres, con las fuerzas espirituales, con la naturaleza en sus infinitas manifestaciones y con uno mismo.