El ser humano, es un ser vulnerable. De esto no cabe duda, pues vulnerable es aquel que no es capaz de vivir al margen del cuidado de otro. En este sentido, todos somos vulnerables. Desde el inicio de nuestra vida, todos necesitamos de cuidados, pues sin ellos, no podemos desarrollarnos, y sobre todo, no podemos desarrollarnos como seres humanos.
¿Quiénes son los más vulnerables?
La Pandemia ha evidenciado una realidad que las entidades del Tercer Sector constatamos desde hace tiempo: la cantidad de seres humanos que —ya antes de la pandemia— tenían una vulnerabilidad y fragilidad muy superior a la nuestra, pues esta vulnerabilidad les viene dada no solo por su condición de seres humanos, sino por el cómo se desarrolla su vida.
Vivimos en un mundo y en un sistema social y económico que sistemáticamente está expulsando a personas y a colectivos al margen de la sociedad. Personas y colectivos que van siendo lanzadas a las cunetas de la vida, sin ninguna opción de incorporarse a la sociedad como ciudadanas de pleno derecho y deber.
Estos colectivos viven una vulnerabilidad que nada tiene que ver con la que hablábamos al principio: vulnerabilidad que viene dada no por el qué (la condición del ser humano es frágil, vulnerable y finita), sino por el cómo: las condiciones del contexto en el que se desarrolla su vida y que acentúan y multiplican la vulnerabilidad. Es decir, la vulnerabilidad fruto del propio modelo de sociedad en el que estamos inmersos. Una estructura social que sistemáticamente —y cada vez en mayor cantidad y gravedad— tiende a excluir, tanto a personas como colectivos, de una serie de derechos sociales tales como el trabajo, la educación, la salud, la cultura, la economía y la política. Personas y colectivos que terminan por quedar excluidos de los derechos y deberes inherentes al concepto de ciudadanía.
La mirada atenta
Hoy día, miramos mucho (vivimos prácticamente pegados a todo tipo de pantallas)… pero vemos poco, y observamos todavía menos. Hemos dejado de observar. Josep Maria Esquirol[1] (2009), nos recuerda que observar significa tanto «mirar una cosa con atención», como «cumplir lo que la situación demanda o exige». Y al dejar de observar, hemos abandonado la capacidad de respuesta, la capacidad de responsabilidad con lo que pasa a un centímetro más allá de nuestra realidad, de nuestros intereses… y con esta miopía, vamos reduciendo nuestro ámbito de responsabilidad.
Y tan inmersos estamos en nuestro día a día, en nuestras preocupaciones, etc. que ya lo hemos normalizado: ver personas que duermen en las calles, personas sin trabajo (el 43% de los jóvenes están en paro… y de los que tienen trabajo, un 70% son infraempleos)…; personas que aunque tengan trabajo no les llega para pagar una vivienda, menores inmigrantes no acompañados, inmigrantes sin papeles, huidos de la miseria y las guerras…, grupos enteros que malviven en nuestras ciudades y en nuestras calles… Pasamos por delante, nos indignamos, o sentimos pena, o nos horrorizamos… pero a los tres minutos ya nos hemos olvidado… y a lo nuestro. Hemos normalizado la pobreza, la marginación y la exclusión social. Hemos normalizado esta vulnerabilidad, una vulnerabilidad lacerante, sobre todo porque es evitable.
El cuido de los colectivos vulnerables
Begoña Román[2] (2016) señala que, en todos los colectivos en situación de exclusión social, se dan tres carencias que desde la intervención social se debe procurar combatir:
- falta de estabilidad por una situación que los supera;
- falta de capacidades para afrontar dicha situación;
- y falta de vínculos sólidos protectores.
La combinación de estas tres carencias encierra a quienes las padecen en un círculo vicioso que es necesario romper para poder salir de la situación de exclusión social.
El modelo de intervención social en colectivos en situación de exclusión se ha venido centrando en: acoger, capacitar y vincular; en este orden de intervención. La Pandemia ha puesto de manifiesto la necesidad de invertir el orden en estos tres niveles de intervención: acoger, vincular y capacitar. Poner el acento en el vínculo; la Pandemia nos ha hecho constatar que la falta de vínculos es uno de los factores más exclusógenos en las sociedades avanzadas del s. XXI.
- ACOGER: Hemos de educar nuestra mirada, para que sea una mirada atenta, profunda, que nos lleve a reconocer en el otro, a una persona radicalmente igual a mi. Esta capacidad de mirar con respeto, es la que nos permite tocar el dolor del «otro», y nos impele a responder, a comprometernos.
- VINCULAR: Uno de los aspectos más lacerantes en la exclusión es precisamente lo que su nombre indica: estar al margen de; estar en las cunetas de la vida; no sentirse perteneciente a ningún grupo ni vinculado a nadie. Sentirse parte de, sentir que importas a alguien, que tu existencia tiene sentido para alguien; es el punto de apoyo para poder empezar a transformar tu propia vida. Además, no podemos olvidar que cuando las condiciones de vida son tan frágiles, tener una red de apoyo es un factor de protección importante frente a las adversidades.
- CAPACITAR: El modo como una sociedad —o un grupo— trata a las personas vulnerables dice mucho de su nivel de justicia y solidaridad (Román, 2016). Podríamos decir que el cómo incide la suerte en la trayectoria de una persona es inversamente proporcional al nivel de justicia de la sociedad donde vive. Las posibilidades y acceso a la capacitación —formación, etc.— es un baremo muy claro del nivel de justicia y equidad de una sociedad o grupo.
En nuestras sociedades avanzadas del s. XXI, hay colectivos que acumulan tal cantidad de factores exclusógenos, que se hace cada vez más complejo y difícil las posibilidades de salir de la situación de exclusión social en la que se encuentran.
Romper el círculo de exclusión en que se encuentran debe considerarse no solo como un deber —que lo es— sino también como una inversión que el Estado debe considerar como la mejor forma de contribuir a la justicia y cohesión social.
Para que los procesos de inclusión social culminen en una ciudadanía capaz de ejercer sus derechos y deberes de forma activa, la persona tiene que ser necesariamente protagonista de su propio proceso; pero al mismo tiempo, a causa de la multidimensionalidad y gravedad de las situaciones de exclusión , el acompañamiento es garante de la sostenibilidad de sus procesos de inclusión. Y es en este acompañamiento donde toda la sociedad —profesionales y voluntarios—, debemos implicarnos.
Maria AGUILERA
Socióloga
Barcelona (España)
Febrero del 2022
[1] Esquirol, Josep Maria (2009) El respeto o la mirada atenta. Barcelona: Gedisa.
[2] Román, Begoña (2016) Ética de los servicios sociales. Barcelona: Herder.