Curiosamente esta vez escribí pensando que el artículo vería la luz el día de viernes santo, ese día en que históricamente recordamos uno de los grandes males de la humanidad, seamos creyentes a no, todas conocemos la historia de Jesús de Nazaret y como fue crucificado por elegir plantar cara a la injusticia que encontró en el mundo. Esta vez decidí no obviar esta casualidad, dado que para mí es esencial esta figura en mi caminar.
De repente me vi dándole vueltas a esta causa, sí, a porque alguien que siguiendo su vocación de defender a aquellos que no tienen voz, de estar al lado de los más vulnerables, de decir aquello que tantas personas no pueden decir, … de hablar alto y claro de los males del mundo y poner nombre a los que los causan, esa persona al que podríamos idealizar muere y lo hace de una manera terrible, clavado en una cruz.
Hoy, son muchas las personas que intentan ser voz de los que no tienen voz, otras que intentan ofrecer soporte y acompañamiento a aquellas que, por diversas circunstancias han pasado a una situación de vulnerabilidad real, en otras ocasiones se ofrecen herramientas para poder mejorar la situación, todo ello en colaboración con las propias personas, porque siempre es esencial ese ¿quieres cambiar? Son muchas las personas voluntarias que ofrecen su tiempo para mejorar la vida de otras que lo tienen más difícil, tarea esencial para que el mundo sea un lugar algo menos oscuro para muchas.
Cuando en esta reflexión me plante en ¿qué colaboro yo al mal del mundo? Porque está claro que ninguna somos tan inocentes como para pensar que en nada, está claro que intentamos que sea mínima nuestra responsabilidad, pero a la vez, honestamente, hemos de parar a reflexionar sobre ello. ¿Cuántas veces pido algo que no necesito? O quizás simplemente lo acepto cuando me lo ofrecen, o ¿cuántas veces desperdicio agua en estos momentos de tanta sequía? ¿Cuántas veces exagero mi situación para obtener un beneficio? … ¿Miento o simplemente no digo toda la verdad?
Para algunas personas esa cruz, esa posibilidad de dolor viene de la mano, como en el caso de Jesús de un estricto cumplimiento de la vocación, de la misión a la que una se siente llamada, porque la solidaridad no significa dar aquello que alguien me pide, sino trabajar para que la sociedad sea más justa, más equitativa, más humana, … y para ello muchas veces hay que decir aquello que el que pide no está dispuesto a escuchar, y esa seguramente es la cruz de muchas profesionales que han de poner límites e intentar resituar a las personas en su verdadera necesidad y en sus verdaderos derechos, cosa que mayoritariamente no estamos dispuestas a aceptar.
Siento que si cada persona nos hiciéramos responsables y corresponsables de nuestra vida a la vez que de, al menos, no colaborar a empeorar la situación social, viviríamos en un mundo más humano, más amable, más justo y más solidario, pero actualmente vivimos pensando en como mejorar nuestra propia vida, sin pararnos a pensar en cómo esto afecta a nuestro entorno más cercano, a nuestra comunidad, a nuestro barrio, a nuestra ciudad, … a la sociedad en la que vivimos cosa que, al final, nos afecta también negativamente a todas y todos. Convirtiéndose en nuestra propia cruz.
Si entendiéramos que la solidaridad es un valor esencial para vivir realmente reconociendo que somos dignas por el mero hecho de existir y todas tenemos la misma dignidad, seguramente nuestra sociedad sería más justa y la solidaridad seria espontánea y natural sin tener que definirla y justificarla en cada acto.
ESTHER BORREGO
Trabajadora social
Barcelona, España
Abril del 2023