Fundamentos para la justicia y la igualdad

Fundamentos para la justicia y la igualdad

«De pronto un virus nos ha enseñado todas nuestras fragilidades.»
Imagen de Orna en Pixabay

Si cerramos los ojos y pensamos en hace cien años, no podríamos estar hablando de la desigualdad porque estaríamos reventados después de trabajar catorce horas, en unas condiciones de salubridad horrorosas por un salario de miseria, explotados, con un amo que el día que nos rebeláramos nos echaría fuera de casa. Por lo tanto, estamos mejor, pero no estamos bien. Nos lo tenemos que decir, sino desacreditamos las razones por las que hemos conseguido esta mejora. Y en estos momentos se libra una batalla muy importante en torno a la democracia. Tanto la extrema derecha como la extrema izquierda se alimentan del malestar.

Si habláramos de un mundo desigual, la respuesta es fácil, ya nos la dio Aristóteles, «la justicia es tratar diferentes los diferentes, y no igual los diferentes». El problema no está en la desigualdad sino en la desigualdad injusta. La desigualdad es intrínseca, no queremos ser homogéneos, nos angustia y nos presiona. ¿Cuál es el fundamento de esta injusticia y a la vez de la igualdad?

Félix Martí, que fue director del Centro UNESCO, recordaba la anécdota de cuando en 1948 se firmaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el demócrata cristiano Adenauer hizo una pregunta que no esperaba ser contestada, pero que le inquietaba: Aparte de la propuesta de los cristianos de que todos somos iguales porque somos hijos de Dios, ¿tiene alguna otra razón que pueda fundamentar que somos iguales? Es un axioma que no lo discutimos.

¿Cuál es el fundamento de esta justicia, de esa igualdad que pedimos? ¿Quién o qué provoca la desigualdad, la injusticia? Tendemos a dar respuestas bastante simples. Cuanto más poder, más capacidad de decisión acumula una persona, más responsabilidad tiene en la injusticia y en las desigualdades que tiene en su entorno. Pero ¿en qué medida nosotros con nuestras actitudes y con nuestros comportamientos individuales generamos una desigualdad injusta a nuestro alrededor?

Hay un consenso básico para luchar contra la injusticia, contra la desigualdad injusta, que es que lo que más contribuye a una desigualdad justa, tener capacidad de protegernos de nuestras tres principales vulnerabilidades. El ser humano es más vulnerable si no tiene un lugar donde vivir, una sanidad que lo cuide y una educación que lo forme. Al respecto tenemos un consenso bastante universal, en cuanto a la sanidad y a la educación, y menos en cuanto a la vivienda. Pero ha aumentado la conciencia sobre la necesidad. Este tema liga con el fundamento de la igualdad. Afortunadamente, la pandemia que ha tenido muchas cosas negativas, ha tenido una muy positiva, hacernos conscientes de nuestros límites como seres humanos. Habíamos generado una convicción de que éramos imbatibles, e incluso habíamos llegado a soñar que no teníamos límites, y de pronto un virus nos ha enseñado todas nuestras fragilidades. Las personas que no tenían vivienda lo han pasado mal, los países que no tenían sanidad lo han pasado mal.

Hace poco, Josep Borrell hizo el símil de que Europa es un jardín en medio de la selva. Y nosotros vivimos en el jardín. ¡Vacunar a 250 millones de europeos en menos de un año! Comparemos esto con la gripe española de 1920, no hay color. Por lo tanto, en lo esencial hay un consenso que deberíamos preservar, la necesidad de garantizar a todos la educación, la sanidad y la vivienda, que no sólo nos conviene mantener en toda Europa sino de extenderlo a todo el mundo.

Retos ante las desigualdades

«El problema no está en la desigualdad
sino en la desigualdad injusta.»
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Hay algunos retos importantes que dependiendo de cómo miramos las cosas el resultado es perverso o no, y por lo tanto hay un sesgo a la hora de medir el grado de injusticia de nuestra desigualdad que nos crea problemas. A veces olvidamos cosas que son importantes y fundamentales. Recientemente daban la noticia de que había nacido el Damián que era la persona que hacía ocho mil millones del planeta. Por lo tanto, no es lo mismo conseguir la igualdad cuando éramos cuatro mil millones, que tener una desigualdad justa entre ocho mil millones. Este es un reto herculino que a veces olvidamos.

Algunos de los retos que tenemos que conseguir es que deseamos estar bien, no solo mejor. Uno es este de cuántos somos. Otro es que a lo largo del siglo XX nos inventamos un sistema que durante no muchos años, fue bastante justo para repartir la riqueza, que era el trabajo, fruto del contrato social, del consenso europeo, de la mezcla mágica de la democracia cristiana, de la socialdemocracia. Del pacto de estas dos ideas más o menos sensatas, nace el trabajo como principal elemento del reparto de la riqueza. Ya hace tiempo que el trabajo es un bien escaso. Hoy en día se puede generar más riqueza con menos trabajo, por lo tanto, flaquea como sistema de reparto de la riqueza. Además, como el trabajo también es un mercado, cuando hay menos de lo que se necesita baja de precio, por lo tanto, cada vez es menos fácil repartir la riqueza a través del trabajo. Somos más o menos conscientes de ello y no acabamos de acertar cuál es el sustituto.

Hay un creciente reconocimiento de derechos de los ciudadanos. Los juristas dicen que hay inflación legislativa, que se produce cuando los gobiernos no pueden dar dinero, entonces hacen leyes y dan derechos. Los derechos sirven de poco si no van acompañados de la responsabilidad. ¿En qué medida nosotros contribuimos a generar desigualdad en nuestro entorno? La fabricación de dinero negro genera una desigualdad injusta. Hay gente que lleva sus negocios cumpliendo la ley y compite con gente que hace sus negocios no cumpliendo la ley. Si por ejemplo en España consiguiéramos que el 25% de la actividad económica que no paga impuestos, les pagara, podríamos tener mejor sanidad, mejor educación y mejor vivienda, además pagaríamos menos impuestos. Los derechos están bien, pero hay que presionar en las obligaciones.

El cuarto reto es la globalización asimétrica, que se basa en la diferencia de derechos. El quinto reto es el crecimiento. Tony Judt, en su libro Posguerra, explica que el gran salto de Europa después de la II Guerra Mundial es que no se plantea la justicia, la desigualdad justa, basada en sacar a unos para dar a otros, sino en base a hacer el pastel más grande. Pero evidentemente ahora no podemos hacer el pastel más grande.

El fundamento de la justicia, de la igualdad, de la responsabilidad individual es la emancipación. Hay una parte de esta injusticia en la desigualdad, que proviene de esta emancipación, que en el fondo es negar nuestros límites, si creo que lo puedo hacer todo. Cuantos más derechos tenemos, lo peor es llegar a estar bien, por lo tanto, quizás en algún momento debemos ponernos un límite hasta donde queremos estar bien.

Albert SÁEZ CASAS
Director de El Periódico
Publicado originalmente en revista RE catalán núm. 113

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