Se dice que vivimos en una sociedad “polarizada”. Esto significa que las posturas ideológicas y personales se plantean de modo extremo, con escaso margen a los matices. El panorama informativo se convierte así en una especie de tablero de ajedrez o damas, en blanco y negro; en una historia de buenos y malos. O estás en una postura o en su contraria, como dos remolinos centrípetos que atraen a quienes intentan buscar otras formas de plantear las cosas y se ven arrastrados por uno u otro foso sin fondo, que no permite permanecer en el centro.
Ante el panorama actual, con guerras y conflictos tan crueles como mediáticos, el ciudadano medio siente sobre todo impotencia para ayudar de algún modo a las víctimas de tantas violencias ciegas y sin corazón. Recibe información constante, pero casi en vacío: es muy poco lo que puede hacer, más allá de solidarizarse con algún organismo de ayuda… con lo que fácilmente se cae en la tristeza y el desánimo.
Para escapar tanto a la polarización como a la desesperanza, es importante no dejarse atrapar por las pseudo-obligatorias disyuntivas al contemplar esos conflictos. Cualquier víctima es una persona. Hay muchísimos niños, adolescentes, innumerables ancianos y familias rotas. Todos son nuestros hermanos y hermanas en la existencia.
No tiene sentido defender “más” a unos asesinados que a otros. Es necesario superar la mentalidad dualista que nos encierra en una u otra trinchera y perpetúa las divisiones dentro del corazón de los individuos. Asumir la visión de un sector como enemigo, provoca un rechazo por principio a otras personas o grupos tan dignos de respeto y solidaridad como cualquier otro.
Ciertamente hay unos responsables políticos y grupos ejecutores que, indiferentes al dolor humano, crean y mantienen los conflictos bélicos para consolidar su poder, para ampliar su territorio, para dominar más y mejor. Esos nunca aceptarán su responsabilidad. Siempre se autoproclamarán víctimas previas, sobre todo haciendo uso de la historia. Pero esos señores de la guerra se parecen mucho entre sí, estén en el bando que estén. Y echan a andar la maquinaria de la destrucción, logrando que ningún bando sea inmaculado; que todos cometan injusticias; que todas las banderas tengan alguna mancha de sangre.
Esos poderosos tendrán que dar cuenta de sus actos ante sí mismos, y quién sabe si ante algún tribunal de justicia algún día.
Pero los miembros de la sociedad en general, deberíamos mantener nuestra interioridad libre de trincheras, aunque tengamos preferencias políticas y religiosas. Evitemos el estereotipo excluyente, el prejuicio, la generalización, que nos convertirán en combustible para futuros conflictos.
Si queremos ser agentes de paz, respetemos a toda persona, simplemente porque existe.
Leticia SOBERÓN MAINERO
Psicóloga y doctora en comunicación
Noviembre de 2023